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martes, 28 de diciembre de 2010

Centenario Scout en Chile: Siempre listos a servir


Los han tildado de ñoños por cantar y bailar, de ser una secta por tener ceremonias y tradiciones, sin embargo, más allá de las danzas y juegos, los Scouts se alzan como la agrupación que congrega más voluntarios a lo largo de todo el país.

Por Karina Mondaca Cea

A principios del siglo XX, el militar inglés Robert Baden Powell (BP) logró hacer historia defendiendo la ciudad de Mafeking, en Sudáfrica: con tan sólo mil soldados británicos, obtuvo la victoria por sobre los once mil de su contendor, el ejército boer, un grupo étnico de las tierras africanas. Pero la clave de su triunfo radicó tanto en las técnicas de reconocimiento y exploración del terreno, como la participación de niños y jóvenes que cooperaron con BP.

Interesado en las capacidades físicas y mentales que poseían los niños, y confiado del aporte que éstos podrían otorgar para la creación de una mejor sociedad, Baden Powell escribe un texto llamado Aids to Scouting for N.C.O’s and Men (Guía para la Exploración, para Suboficiales y sus Hombres). Si bien este libro fue creado para jóvenes militares, con el pasar de los años fue utilizado también como parte de la enseñanza en los colegios.

Con un método basado en la enseñanza a través del juego, el simbolismo indígena, la jerarquía interna, el sistema de patrullas, la vida campestre, los códigos morales y las técnicas de exploración y rastreo, BP se propone trabajar con muchachos de distintos sectores sociales, altos y bajos, para emprender un proyecto de formación valórica de estos.

En 1907 Robert Baden Powell realiza su primer campamento en la isla británica de Brownsea con apenas veinte niños, poniendo en práctica todo su método scout. Sin embargo, nunca se imaginó que este hecho sería el nacimiento de un movimiento que se mantendría por más de cien años, y que recorrería todos los rincones del mundo para acoger a niños y jóvenes.

100 años de historias

Si bien el movimiento scout a nivel mundial se expandió rápidamente, sobre todo en Europa y Estados Unidos, no sucedió lo mismo con Latinoamérica, debido al predominante lugar que ocupaba la Iglesia Católica entre los niños. Sin embargo, tanto en Chile como en Argentina, el fenómeno del escultismo se vio tempranamente propagado debido a los residentes ingleses que ya conocían el estilo de vida de los scouts, y más aún, por la visita del mismo Baden Powell a las tierras sudamericanas.

En Chile, los encargados de masificar el movimiento fueron el doctor Alcibíades Vicencio y el profesor de educación física del Instituto Nacional, Joaquín Cabezas. Ambos, interesados en el método empleado por Baden Powell, acudieron a éste cuando visitó el país, para pedirle que realizara una charla sobre sus experiencias en el trabajo con niños y jóvenes.

Gracias a esto, el 26 de marzo de 1909, Robert Baden Powell se paró frente a personajes tan importantes como el presidente de Chile, Pedro Montt, su ministro de guerra, Darío Zañartú, para hablar sobre el escultismo en el salón de honor de la Universidad de Chile. Al término de la charla, Joaquín Cabezas comenzó a inscribir a todos aquellos que quisieran conformar el primer grupo scout del país, reclutando a estudiantes del Instituto Nacional y universitarios que habían asistido a la reunión.

El 12 de mayo de 1909 se conformó el primer Directorio General del movimiento scout en Chile, otorgándole la presidencia a Alcibíades Vicencio. Nueve días después, se fundó oficialmente la Asociación de Boy Scouts de Chile, desarrollándose la primera actividad grupal: una excursión al Río Maipo con cerca de trescientos niños y jóvenes participantes.

Pero a pesar de la militarización del movimiento en sus inicios, éste no fue desarrollado simplemente para los hombres. La inserción de las mujeres al mundo scout en 1913, se transformó en un hito relevante dentro de la historia del movimiento, ya que las primeras brigadas de niñas –llamadas guías-, creadas en Valdivia, Rancagua y Valparaíso, tuvieron un gran éxito, a pesar de la masculinización de la asociación.

Orgulloso de tener cien años “en el cuerpo”, siendo el segundo país más antiguo de iniciar el escultismo, el movimiento de Guías y Scouts de Chile recuerda los momentos importantes que forman parte de su historia, tanto para la institución en sí, como para cada uno de los miembros que los han vivido a lo largo del centenario. Amigos, vivencias, campamentos y eventos nacionales e internacionales, se encuentran en cada una de las memorias de los millones de scouts que existen en el país.

Gabriel Valdés, político demócrata cristiano, recuerda su ingreso al grupo scout del Colegio San Ignacio en los años 30, donde participó cuando niño, y también durante su adultez, “nosotros viajábamos por Chile en tren, y recuerdo muy bien que llegábamos a la estación de vuelta, después de varios días de campamento, y marchábamos por la Alameda hasta San Ignacio tocando el tambor. En una ocasión, siendo presidente del Senado, recibí al presidente mundial de los scouts, el Rey de Suecia, y viajamos al sur para un Jamboree [Encuentro masivo de scouts]”.

Un mundo mejor

El estilo de vida scout ha sobrepasado las fronteras de los países, llevando sus creencias y tradiciones a todos los rincones del mundo. La pluralidad de pensamiento, y la no discriminación física, religiosa o económica, ha permitido que el movimiento se haya expandido por toda la sociedad, educando a niños y jóvenes que intentan cumplir el ideal de BP, “hacer de este mundo un lugar mejor”.

El escultismo ha demostrado ser más que una agrupación que acoge a niños y jóvenes para jugar y danzar. “Los scouts, actualmente, son un movimiento educativo necesario para todos los jóvenes de nuestro planeta. Cuando los valores parecieran que cada vez son más atacados o más abandonados, o más difíciles de inculcar, el movimiento scout se presenta como una opción viable para poder darles a los jóvenes una manera divertida donde el medio ambiente, los valores, la espiritualidad, el liderazgo y el trabajo en equipo son importantes… tienen una absoluta responsabilidad social como guías y scouts”, afirma Gabriel Oldenburg, representante latinoamericano de la Oficina Mundial de Scouts.

La conciencia y responsabilidad social, la ayuda voluntaria y el cuidado por la naturaleza, han sido parte de las bases que han atraído a miles de jóvenes que han tomado la decisión de integrarse al movimiento, y que durante todas sus vidas han reproducido el mensaje que Baden Powell inició en 1907. Dentro de este contexto, fue que el pasado 16 de octubre, la Asociación de Guías y Scouts de Chile premió a cien personajes importantes dentro del movimiento en el país.

“Los Cien Del Centenario” destacó a personajes como la presidenta Michelle Bachelet, el doctor Osvaldo Artaza, Sebastián Piñera, Clemente Pérez (presidente de Metro), y el cineasta Ricardo Larraín, por ser considerados como personas que han sabido llevar los valores scouts –hayan pertenecido al movimiento o no- a sus lugares de trabajo, y aportar con su “granito de arena” a la sociedad. “Estar en scout es una opción de vida, que por lo menos a mí me ha marcado y me ha acompañado por siempre, sobre todo en la manifestación de la vocación del servicio público, algo que en los scouts se ejerce, se vive y queda para siempre, aunque te salgas del movimiento”, declara la ministra de Bienes Raíces, Romy Shmidt.

El aporte que han realizado personajes reconocidos socialmente, no se resume solamente en el ambiente político del país, sino que también en el cuidado y conservación de la naturaleza y los animales. Éste es el caso de Ignacio Idalsoaga, dueño del Parque BuinZoo, que también vivió la experiencia del escultismo. “Mi lazo con el movimiento scout ha estado durante toda mi vida, fui scout, rutero, jefe de Tropa y Clan, y todo eso se ve reflejado en la empresa que he logrado formar, el BuinZoo. Eso tiene mucho de escultismo, de compromiso con la naturaleza, y la promesa de transformar este mundo en uno mejor”.

Aprendizaje por la acción

Si bien el movimiento scout a nivel mundial cuenta con millones de integrantes, y en Chile supera el número de voluntarios del Hogar de Cristo, la responsabilidad y el compromiso con la sociedad es claro. Más allá de ser conocido por su uniforme, sus tradiciones, juegos y cantos, el escultismo debe ser considerado como una clara instancia de aprendizaje de valores y experiencias, siempre bajo el alero de la práctica y la diversión.

Ése es el objetivo que reúne a miles de niños, jóvenes y adultos voluntarios, todos los fines de semanas del año, la enseñanza y aprendizaje de aspectos importantes de la vida que han sido dejados de lado en las salas de clases: el compañerismo, la amistad, el conocimiento de la naturaleza y el propio también. Todo a través de juegos, de danzas, cantos y ceremonias.

El ideal que Sir Robert Baden Powell comenzó a principios del siglo veinte, y gracias al trabajo de todos los scouts del planeta, ha logrado demostrar que durante 102 años los jóvenes sí son el futuro de sus países. También ha aclarado que no son “ñoños” vestidos con camisas y pañolines, que cargan “palos” cubiertos de pieles sintéticas, sino que son personas interesadas en construir un mundo mejor para todos, a través de buenas acciones, el compromiso y la amistad.

La espera continúa

“Permiso, ¡permiso por favor!”, ruega una mujer en silla de ruedas tratando de atravesar una de las recepciones de medicina adulta del hospital Sótero del Río. No tiene su pierna izquierda, y entre la multitud de gente trata de abrirse paso para llegar a la puerta de salida y librarse del gentío que obstruye su camino.

Son las nueve y media de la mañana, y los rayos del sol comienzan a filtrarse por los grandes ventanales del lugar. Los rostros somnolientos y enfermizos de quienes esperan empiezan a ser iluminados, produciéndose más de alguna mueca de desagrado. “Está molestoso el sol. Uno viene todo abrigado por el frío de la mañana, y ahora hace calor… ¡qué terrible!”, dice un hombre que viste chaqueta café con chiporro y se encuentra de pie.

La recepción número dos se encuentra junto a la cuatro sin sentido lógico aparente. En la primera se atienden los servicios médicos de enfermería, oncología, dermatología y quimioterapia, mientras que la cuatro recibe las reservas para exámenes de sangre. Para pedir hora para alguna de esas consultas existe un cubículo específico, sin embargo, todos ellos tienen en común una fila interminable con pacientes que, luego de conseguir llegar a la o el recepcionista, debe continuar esperando para pasar a la consulta del doctor deseado.

No hay lugar para nadie, con suerte para circular en un espacio que se forma entre el grupo de enfermos y los ventanales que se encuentran de cara a la salida. El gentío que está a la espera de atención se esparce por el lugar con pasos lentos e inseguros, con miedo a que sus pies no encuentren zona alguna donde apoyarse.

Unos pocos tienen la suerte de estar sentados, ya que las sillas en el recinto no superan las veinte. El resto aguarda de pie, en filas interminables que se quiebran una y otra vez, tratando de acomodarse ordenadamente en el poco espacio que hay.

Una enfermera de poca altura, lentes de marcos gruesos azules y un traje del mismo color, sale de uno de los pasillos atestados de gente. “¡Hugo Lastarria, Juana González, Jorge Espina!”, grita a viva voz en medio de las tantas filas que se cruzan entre sí. “¡Acá, señorita!”, dice una señora mayor tratando de subir el volumen de su suave voz al levantarse del asiento donde se encontraba. Viste una falda negra larga que roza sus tobillos, chaleco café, bufanda blanca y unos lentes de sol que le dan un toque juvenil. Junto a ella se para otra mujer que la ayuda a caminar paso a paso, viste de manera similar, dando la impresión de que son hermanas. “¿Quién es usted?”, le pregunta la enfermera sin quitar sus ojos de una lista de nombres, “Juana González, señorita, recién me llamó”. La mujer revisa el papel que tiene en sus manos, y con un lápiz bic negro, hace un ticket al lado del nombre que le acaban de dar. “Espere aquí, señora González, póngase en la fila”.

Sí, la señora que debe tener más de ochenta años, tuvo que levantarse de su asiento para seguir esperando, pero ahora de pie. Su cara es de resignación, no puede reclamar, ni hacer nada más que esperar. Necesita que la revise su doctor, y si eso es lo que quiere, debe aceptar que así es cómo funciona la atención en el lugar… La única feliz es la señora que tomó su puesto, una mujer de rulos rubios, cuerpo corpulento y chaqueta de cotelé azul. Lee un papel blanco roñoso que dice: “Es verdad que el trabajo es enorme y no fácil, pero se debe recordar que la vida es un laberinto incierto en la reflexión de la existencia humana…”

El calor ya se hace presente en la recepción. Van a ser las once de la mañana y el sol pega mucho más fuerte que hace una hora atrás. “Mamá, hace calor ya”, dice un niño de cuatro años que juega entre la gente y desea salir a divertirse fuera de la recepción. Su mamá no lo deja, corre tras él y lo alcanza antes de que alcance a salir del lugar. “No puedes salir, hijo. No te puedo acompañar, porque o si no el doctor no nos va a atender”, le explica su madre, pero el pequeño no entiende, porque él sólo quiere ir a saltar afuera. Un llanto estalla entre la gente, es el niño que se rehúsa a quedarse quieto.

Un hombre de piel y ojos claros, de rostro amable y una chaqueta azul que en su espalda dice “seguridad”, se escabulle entre la gente y comienza a abrir cada uno de los ventanales del lugar. Ahora los rayos del sol se cuelan con una pequeña brisa fría hacia el interior.

De vez en cuando entra un vendedor al lugar. Dulces, papas fritas y bebestibles, se pasean en los carros o manos de hombres y mujeres que lucen en sus pechos una credencial que dice “vendedor autorizado”. Se cruzan entre las personas, esquivan piernas, muletas y sillas de ruedas, buscando alguna mirada o alguna mano alzada que les indique que desean comprar.

El flujo de personas comienza a disminuir. La multitud agolpada en los pasillos, ventanales, sillas, mesones y casillas de atención se ha reducido. Ya no se ven las mismas caras que hace horas atrás. De a poco se han ido renovando por otras más vívidas y energéticas dispuestas a armarse de paciencia para esperar, al igual que las que han dejado atrás el lugar.

Ya es medio día, y la sala se encuentra mucho más iluminada que antes. El sol apunta directamente a la recepción, haciendo relucir la blancura del lugar, ya que sus paredes –sólo decoradas con una franja rosada en la mitad-, el techo, las luces, e incluso el piso, intentan competir contra la palidez de los rostros enfermizos que llegan al hospital, día a día, hora a hora, con la ilusión de mejorar.

Van quedando pocos pacientes, y menos aún de pie, ya que ahora la mayoría goza de un asiento en el cual aguardar. Ya no se oyen los murmullos cansados reclamando que llevan horas esperando, que llegaron a las siete de la mañana y aún no la atienden, que tenían una consulta a las ocho y ya llevan una hora de retraso. Ahora son voces más tranquilas, desestresadas, incluso con carcajadas de vez en cuando.

Los minutos avanzan, pero por lo menos la gente ahora ríe gracias a por las historias o chismes de la farándula que se cruzan en los televisores ubicados uno al extremo del otro. Una niña vestida con un buzo completamente rosado camina torpemente por el lugar, explorándolo y mirando a quien le devuelva una tierna sonrisa, mientras que su madre, sin preocupación alguna, no quita su mirada copuchenta del aparato.

Cambian las horas, cambian las caras, cambian las enfermedades y cambian las consultas. Pareciera que todo cambia y que lo único que no lo hace en la recepción de medicina adulta del hospital Sótero del Río, es la espera, porque para los pacientes, la espera continúa.