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martes, 28 de diciembre de 2010

Centenario Scout en Chile: Siempre listos a servir


Los han tildado de ñoños por cantar y bailar, de ser una secta por tener ceremonias y tradiciones, sin embargo, más allá de las danzas y juegos, los Scouts se alzan como la agrupación que congrega más voluntarios a lo largo de todo el país.

Por Karina Mondaca Cea

A principios del siglo XX, el militar inglés Robert Baden Powell (BP) logró hacer historia defendiendo la ciudad de Mafeking, en Sudáfrica: con tan sólo mil soldados británicos, obtuvo la victoria por sobre los once mil de su contendor, el ejército boer, un grupo étnico de las tierras africanas. Pero la clave de su triunfo radicó tanto en las técnicas de reconocimiento y exploración del terreno, como la participación de niños y jóvenes que cooperaron con BP.

Interesado en las capacidades físicas y mentales que poseían los niños, y confiado del aporte que éstos podrían otorgar para la creación de una mejor sociedad, Baden Powell escribe un texto llamado Aids to Scouting for N.C.O’s and Men (Guía para la Exploración, para Suboficiales y sus Hombres). Si bien este libro fue creado para jóvenes militares, con el pasar de los años fue utilizado también como parte de la enseñanza en los colegios.

Con un método basado en la enseñanza a través del juego, el simbolismo indígena, la jerarquía interna, el sistema de patrullas, la vida campestre, los códigos morales y las técnicas de exploración y rastreo, BP se propone trabajar con muchachos de distintos sectores sociales, altos y bajos, para emprender un proyecto de formación valórica de estos.

En 1907 Robert Baden Powell realiza su primer campamento en la isla británica de Brownsea con apenas veinte niños, poniendo en práctica todo su método scout. Sin embargo, nunca se imaginó que este hecho sería el nacimiento de un movimiento que se mantendría por más de cien años, y que recorrería todos los rincones del mundo para acoger a niños y jóvenes.

100 años de historias

Si bien el movimiento scout a nivel mundial se expandió rápidamente, sobre todo en Europa y Estados Unidos, no sucedió lo mismo con Latinoamérica, debido al predominante lugar que ocupaba la Iglesia Católica entre los niños. Sin embargo, tanto en Chile como en Argentina, el fenómeno del escultismo se vio tempranamente propagado debido a los residentes ingleses que ya conocían el estilo de vida de los scouts, y más aún, por la visita del mismo Baden Powell a las tierras sudamericanas.

En Chile, los encargados de masificar el movimiento fueron el doctor Alcibíades Vicencio y el profesor de educación física del Instituto Nacional, Joaquín Cabezas. Ambos, interesados en el método empleado por Baden Powell, acudieron a éste cuando visitó el país, para pedirle que realizara una charla sobre sus experiencias en el trabajo con niños y jóvenes.

Gracias a esto, el 26 de marzo de 1909, Robert Baden Powell se paró frente a personajes tan importantes como el presidente de Chile, Pedro Montt, su ministro de guerra, Darío Zañartú, para hablar sobre el escultismo en el salón de honor de la Universidad de Chile. Al término de la charla, Joaquín Cabezas comenzó a inscribir a todos aquellos que quisieran conformar el primer grupo scout del país, reclutando a estudiantes del Instituto Nacional y universitarios que habían asistido a la reunión.

El 12 de mayo de 1909 se conformó el primer Directorio General del movimiento scout en Chile, otorgándole la presidencia a Alcibíades Vicencio. Nueve días después, se fundó oficialmente la Asociación de Boy Scouts de Chile, desarrollándose la primera actividad grupal: una excursión al Río Maipo con cerca de trescientos niños y jóvenes participantes.

Pero a pesar de la militarización del movimiento en sus inicios, éste no fue desarrollado simplemente para los hombres. La inserción de las mujeres al mundo scout en 1913, se transformó en un hito relevante dentro de la historia del movimiento, ya que las primeras brigadas de niñas –llamadas guías-, creadas en Valdivia, Rancagua y Valparaíso, tuvieron un gran éxito, a pesar de la masculinización de la asociación.

Orgulloso de tener cien años “en el cuerpo”, siendo el segundo país más antiguo de iniciar el escultismo, el movimiento de Guías y Scouts de Chile recuerda los momentos importantes que forman parte de su historia, tanto para la institución en sí, como para cada uno de los miembros que los han vivido a lo largo del centenario. Amigos, vivencias, campamentos y eventos nacionales e internacionales, se encuentran en cada una de las memorias de los millones de scouts que existen en el país.

Gabriel Valdés, político demócrata cristiano, recuerda su ingreso al grupo scout del Colegio San Ignacio en los años 30, donde participó cuando niño, y también durante su adultez, “nosotros viajábamos por Chile en tren, y recuerdo muy bien que llegábamos a la estación de vuelta, después de varios días de campamento, y marchábamos por la Alameda hasta San Ignacio tocando el tambor. En una ocasión, siendo presidente del Senado, recibí al presidente mundial de los scouts, el Rey de Suecia, y viajamos al sur para un Jamboree [Encuentro masivo de scouts]”.

Un mundo mejor

El estilo de vida scout ha sobrepasado las fronteras de los países, llevando sus creencias y tradiciones a todos los rincones del mundo. La pluralidad de pensamiento, y la no discriminación física, religiosa o económica, ha permitido que el movimiento se haya expandido por toda la sociedad, educando a niños y jóvenes que intentan cumplir el ideal de BP, “hacer de este mundo un lugar mejor”.

El escultismo ha demostrado ser más que una agrupación que acoge a niños y jóvenes para jugar y danzar. “Los scouts, actualmente, son un movimiento educativo necesario para todos los jóvenes de nuestro planeta. Cuando los valores parecieran que cada vez son más atacados o más abandonados, o más difíciles de inculcar, el movimiento scout se presenta como una opción viable para poder darles a los jóvenes una manera divertida donde el medio ambiente, los valores, la espiritualidad, el liderazgo y el trabajo en equipo son importantes… tienen una absoluta responsabilidad social como guías y scouts”, afirma Gabriel Oldenburg, representante latinoamericano de la Oficina Mundial de Scouts.

La conciencia y responsabilidad social, la ayuda voluntaria y el cuidado por la naturaleza, han sido parte de las bases que han atraído a miles de jóvenes que han tomado la decisión de integrarse al movimiento, y que durante todas sus vidas han reproducido el mensaje que Baden Powell inició en 1907. Dentro de este contexto, fue que el pasado 16 de octubre, la Asociación de Guías y Scouts de Chile premió a cien personajes importantes dentro del movimiento en el país.

“Los Cien Del Centenario” destacó a personajes como la presidenta Michelle Bachelet, el doctor Osvaldo Artaza, Sebastián Piñera, Clemente Pérez (presidente de Metro), y el cineasta Ricardo Larraín, por ser considerados como personas que han sabido llevar los valores scouts –hayan pertenecido al movimiento o no- a sus lugares de trabajo, y aportar con su “granito de arena” a la sociedad. “Estar en scout es una opción de vida, que por lo menos a mí me ha marcado y me ha acompañado por siempre, sobre todo en la manifestación de la vocación del servicio público, algo que en los scouts se ejerce, se vive y queda para siempre, aunque te salgas del movimiento”, declara la ministra de Bienes Raíces, Romy Shmidt.

El aporte que han realizado personajes reconocidos socialmente, no se resume solamente en el ambiente político del país, sino que también en el cuidado y conservación de la naturaleza y los animales. Éste es el caso de Ignacio Idalsoaga, dueño del Parque BuinZoo, que también vivió la experiencia del escultismo. “Mi lazo con el movimiento scout ha estado durante toda mi vida, fui scout, rutero, jefe de Tropa y Clan, y todo eso se ve reflejado en la empresa que he logrado formar, el BuinZoo. Eso tiene mucho de escultismo, de compromiso con la naturaleza, y la promesa de transformar este mundo en uno mejor”.

Aprendizaje por la acción

Si bien el movimiento scout a nivel mundial cuenta con millones de integrantes, y en Chile supera el número de voluntarios del Hogar de Cristo, la responsabilidad y el compromiso con la sociedad es claro. Más allá de ser conocido por su uniforme, sus tradiciones, juegos y cantos, el escultismo debe ser considerado como una clara instancia de aprendizaje de valores y experiencias, siempre bajo el alero de la práctica y la diversión.

Ése es el objetivo que reúne a miles de niños, jóvenes y adultos voluntarios, todos los fines de semanas del año, la enseñanza y aprendizaje de aspectos importantes de la vida que han sido dejados de lado en las salas de clases: el compañerismo, la amistad, el conocimiento de la naturaleza y el propio también. Todo a través de juegos, de danzas, cantos y ceremonias.

El ideal que Sir Robert Baden Powell comenzó a principios del siglo veinte, y gracias al trabajo de todos los scouts del planeta, ha logrado demostrar que durante 102 años los jóvenes sí son el futuro de sus países. También ha aclarado que no son “ñoños” vestidos con camisas y pañolines, que cargan “palos” cubiertos de pieles sintéticas, sino que son personas interesadas en construir un mundo mejor para todos, a través de buenas acciones, el compromiso y la amistad.

La espera continúa

“Permiso, ¡permiso por favor!”, ruega una mujer en silla de ruedas tratando de atravesar una de las recepciones de medicina adulta del hospital Sótero del Río. No tiene su pierna izquierda, y entre la multitud de gente trata de abrirse paso para llegar a la puerta de salida y librarse del gentío que obstruye su camino.

Son las nueve y media de la mañana, y los rayos del sol comienzan a filtrarse por los grandes ventanales del lugar. Los rostros somnolientos y enfermizos de quienes esperan empiezan a ser iluminados, produciéndose más de alguna mueca de desagrado. “Está molestoso el sol. Uno viene todo abrigado por el frío de la mañana, y ahora hace calor… ¡qué terrible!”, dice un hombre que viste chaqueta café con chiporro y se encuentra de pie.

La recepción número dos se encuentra junto a la cuatro sin sentido lógico aparente. En la primera se atienden los servicios médicos de enfermería, oncología, dermatología y quimioterapia, mientras que la cuatro recibe las reservas para exámenes de sangre. Para pedir hora para alguna de esas consultas existe un cubículo específico, sin embargo, todos ellos tienen en común una fila interminable con pacientes que, luego de conseguir llegar a la o el recepcionista, debe continuar esperando para pasar a la consulta del doctor deseado.

No hay lugar para nadie, con suerte para circular en un espacio que se forma entre el grupo de enfermos y los ventanales que se encuentran de cara a la salida. El gentío que está a la espera de atención se esparce por el lugar con pasos lentos e inseguros, con miedo a que sus pies no encuentren zona alguna donde apoyarse.

Unos pocos tienen la suerte de estar sentados, ya que las sillas en el recinto no superan las veinte. El resto aguarda de pie, en filas interminables que se quiebran una y otra vez, tratando de acomodarse ordenadamente en el poco espacio que hay.

Una enfermera de poca altura, lentes de marcos gruesos azules y un traje del mismo color, sale de uno de los pasillos atestados de gente. “¡Hugo Lastarria, Juana González, Jorge Espina!”, grita a viva voz en medio de las tantas filas que se cruzan entre sí. “¡Acá, señorita!”, dice una señora mayor tratando de subir el volumen de su suave voz al levantarse del asiento donde se encontraba. Viste una falda negra larga que roza sus tobillos, chaleco café, bufanda blanca y unos lentes de sol que le dan un toque juvenil. Junto a ella se para otra mujer que la ayuda a caminar paso a paso, viste de manera similar, dando la impresión de que son hermanas. “¿Quién es usted?”, le pregunta la enfermera sin quitar sus ojos de una lista de nombres, “Juana González, señorita, recién me llamó”. La mujer revisa el papel que tiene en sus manos, y con un lápiz bic negro, hace un ticket al lado del nombre que le acaban de dar. “Espere aquí, señora González, póngase en la fila”.

Sí, la señora que debe tener más de ochenta años, tuvo que levantarse de su asiento para seguir esperando, pero ahora de pie. Su cara es de resignación, no puede reclamar, ni hacer nada más que esperar. Necesita que la revise su doctor, y si eso es lo que quiere, debe aceptar que así es cómo funciona la atención en el lugar… La única feliz es la señora que tomó su puesto, una mujer de rulos rubios, cuerpo corpulento y chaqueta de cotelé azul. Lee un papel blanco roñoso que dice: “Es verdad que el trabajo es enorme y no fácil, pero se debe recordar que la vida es un laberinto incierto en la reflexión de la existencia humana…”

El calor ya se hace presente en la recepción. Van a ser las once de la mañana y el sol pega mucho más fuerte que hace una hora atrás. “Mamá, hace calor ya”, dice un niño de cuatro años que juega entre la gente y desea salir a divertirse fuera de la recepción. Su mamá no lo deja, corre tras él y lo alcanza antes de que alcance a salir del lugar. “No puedes salir, hijo. No te puedo acompañar, porque o si no el doctor no nos va a atender”, le explica su madre, pero el pequeño no entiende, porque él sólo quiere ir a saltar afuera. Un llanto estalla entre la gente, es el niño que se rehúsa a quedarse quieto.

Un hombre de piel y ojos claros, de rostro amable y una chaqueta azul que en su espalda dice “seguridad”, se escabulle entre la gente y comienza a abrir cada uno de los ventanales del lugar. Ahora los rayos del sol se cuelan con una pequeña brisa fría hacia el interior.

De vez en cuando entra un vendedor al lugar. Dulces, papas fritas y bebestibles, se pasean en los carros o manos de hombres y mujeres que lucen en sus pechos una credencial que dice “vendedor autorizado”. Se cruzan entre las personas, esquivan piernas, muletas y sillas de ruedas, buscando alguna mirada o alguna mano alzada que les indique que desean comprar.

El flujo de personas comienza a disminuir. La multitud agolpada en los pasillos, ventanales, sillas, mesones y casillas de atención se ha reducido. Ya no se ven las mismas caras que hace horas atrás. De a poco se han ido renovando por otras más vívidas y energéticas dispuestas a armarse de paciencia para esperar, al igual que las que han dejado atrás el lugar.

Ya es medio día, y la sala se encuentra mucho más iluminada que antes. El sol apunta directamente a la recepción, haciendo relucir la blancura del lugar, ya que sus paredes –sólo decoradas con una franja rosada en la mitad-, el techo, las luces, e incluso el piso, intentan competir contra la palidez de los rostros enfermizos que llegan al hospital, día a día, hora a hora, con la ilusión de mejorar.

Van quedando pocos pacientes, y menos aún de pie, ya que ahora la mayoría goza de un asiento en el cual aguardar. Ya no se oyen los murmullos cansados reclamando que llevan horas esperando, que llegaron a las siete de la mañana y aún no la atienden, que tenían una consulta a las ocho y ya llevan una hora de retraso. Ahora son voces más tranquilas, desestresadas, incluso con carcajadas de vez en cuando.

Los minutos avanzan, pero por lo menos la gente ahora ríe gracias a por las historias o chismes de la farándula que se cruzan en los televisores ubicados uno al extremo del otro. Una niña vestida con un buzo completamente rosado camina torpemente por el lugar, explorándolo y mirando a quien le devuelva una tierna sonrisa, mientras que su madre, sin preocupación alguna, no quita su mirada copuchenta del aparato.

Cambian las horas, cambian las caras, cambian las enfermedades y cambian las consultas. Pareciera que todo cambia y que lo único que no lo hace en la recepción de medicina adulta del hospital Sótero del Río, es la espera, porque para los pacientes, la espera continúa.

viernes, 23 de julio de 2010

Un regalo de Navidad


Es diciembre de 1994, y la celebración de Navidad ya es una costumbre en el Jardín Infantil Pandita de Puente Alto. El show consta de dos partes, una que responde a la tradición cristiana del nacimiento de Jesús, mientras que la segunda deja en evidencia el consumismo que a mitad de los años noventa ya se hace sentir.

No recuerdo si me ofrecí, o si me designaron, pero mi papel en la obra de teatro era ser un regalo, literalmente. Seguramente yo iba a ser un obsequio para el “niñito Jesús”, o simplemente para algún niño que esperaba con ansias su presente, no lo recuerdo bien.

El disfraz era simple: sólo una caja de cartón forrada en papel de regalo navideño. Mi mamá no tuvo mayores problemas para realizarlo, por lo que en el día del show, no debía haber dificultad alguna para introducirme dentro de mi traje. Lamentablemente, no fue así.

El día había llegado. El jardín infantil luce completamente adornado con guirnaldas y motivos navideños, cubierto de colores rojos y verdes y más de algún gorro de “Viejo Pascuero” colgando de las paredes. Nada se salva de la decoración, ni las puertas, ni las salas, ni siquiera los grandes juegos de fierro que aparentan ser cuncunas gigantes, y menos las jaulas con tortugas rodeadas de restos de lechuga que dejan luego de despertar de sus eternas siestas.

“Navidad, navidad, blanca navidad” suena por uno de los dos parlantes negros ubicados en el patio del jardín infantil, contrastando totalmente con el sol que ilumina y acalora en diciembre. Los niños corren disfrazados, algunos con largas túnicas de colores opacos y barbas hechas con algodón blanco, otros de animales o de ángeles, y uno que otro regalo se escabulle torpemente entre la multitud.

“Mami, ¿cómo me voy a meter ahí?”, le pregunté asustada a mi madre cuando ella se predispuso a disfrazarme con su caja de cartón enchulada con papel de regalo. “Por debajo, Kari”, y me agarró de un brazo para ponerme el traje.

La caja forrada con un papel rojo con dibujos navideños y una cinta blanca a su alrededor, era más grande que yo, sin embargo, meterme dentro de ella fue toda una odisea. Primero porque en mi cabeza rulienta lucía una rosa de regalo blanca, y debía cuidar su ubicación como fuese, y segundo, porque los orificios destinados para que mis brazos y mi cabeza atravesaran, eran demasiado angostos. “¡Me duele!”, grité una y otra vez mientras mi madre acomodaba su creación en mí. Hasta que lo logró, y orgullosa de su trabajo me abrazó con dificultad debido al volumen de la caja. Arregló mi pelo con suavidad, afirmó la rosa de regalo en mi cabeza y me subió las pantis blancas por debajo del traje para dirigirnos al jardín que se ubicaba a sólo dos cuadras de mi casa.

El sol pegaba con fuerza al medio día, y en cada paso que daba vestida de regalo junto a mi madre, me quejaba del calor y de lo mucho que me dolían los brazos debido al cartón. “Hija, para verte bella, tienes que ver estrellas”, repetía mi mamá una y otra vez tratando de consolar el dolor que me causaba su disfraz. Pero yo sonreía feliz, porque a lo largo de esas dos cuadras de distancia los piropos por mi traje me hacían sentir bien.

Por fin mis zapatos de charol blanco se posaban frente a la reja de mi jardín infantil. Desde la calle se oían los gritos de mis compañeros y también de las canciones navideñas que sonaban sin cesar. Entré de la mano de mi madre, y atravesamos las cuncunas gigantes y los resbalines para llegar a la parte trasera del lugar donde se iba a realizar el acto.

El lugar estaba plagado de padres y apoderados que se acomodaban en las pequeñas sillas de colores, sin soltar en ningún momento sus cámaras fotográficas para tener algún recuerdo de sus hijos en navidad.

Era el momento. Habíamos ensayado por días, las tías nos animaban y nos enseñaban bailes, cantos y todo un acto que realizaríamos frente a nuestras familias, luciendo lindos disfraces y una gran sonrisa estampada en la cara. Empezó el nacimiento de Jesús en un pesebre de Belén y los flashes de las cámaras competían con los rayos del sol que iluminaban nuestros trajes, y los suspiros y risas de familias completamente chochas por sus hijos, se entremezclaban con la música del Tamborilero.

Es mi turno, era una de las tres niñas disfrazadas de regalo que bailan y hacen emocionar hasta las lágrimas a sus mamás. Y la mía no fue la excepción, ya que entre la multitud logré verla sonriendo detrás del lente de la cámara fotográfica. Ya no me importaba el dolor de la caja de cartón en mi cuerpo, en ese momento sólo sonreía para mi madre y para el resto de las personas que nos animaba con aplausos coordinados al ritmo navideño.

El suplicio por fin se acababa. La música cada vez se escuchaba menos, y la efervescencia del público se hacía notar. Aplausos, gritos, silbidos y “bravos” se escuchaban entonces. Con mis compañeros nos tomamos de la mano, nos ponemos en fila junto a nuestras “tías” y nos agachamos felices que todo resultó bien.

Al terminar, corrí donde mi mamá, y la abracé. Ella reía y lloraba a la vez, me aferraba hacia su pecho y me felicitaba porque había salido todo lindo. “¿Me puedo sacar la caja?”, es lo único que logro decirle luego de toda su emoción, y sonándose la nariz con un pañuelo de género de mi papá, me dice que sí. Por fin mis brazos y mis piernas eran libres para poder correr, jugar y saltar sin incomodidad alguna.

“¡Y ahora llega la sorpresa para nuestros niños!”, se oyó por los alto parlantes, y las tías del jardín nos ordenaron, sentaron en el suelo y nos hicieron esperar.

Desde uno de los rincones del jardín se oyó“jojojo”, y un hombre gordo con barba blanca, de gorro y traje rojo avanzó hacia nosotros. Era el Viejo Pascuero que nos traía regalos. Se sentó en medio de todos, y de a poco comenzó a decir los nombres de mis compañeros para entregarle un presente a cada uno de ellos. Hasta que me llamó a mí, y feliz de tener una recompensa por mi sacrificio, corrí hacia sus piernas para sentarme sobre ellas.

Mi mamá estaba chocha, se paró frente a mí, y me hizo sonreír para tomarme una foto con el Viejo Pascuero que había llegado para premiarnos a todos por habernos portado bien durante todo el año en el jardín.

jueves, 22 de julio de 2010

Aerosmith en Chile: Come here, Baby!


Ni los 8° grados pronosticados para la noche del 25 de mayo, fueron impedimento para que más de 20.000 personas se agolparan en la elipse del Parque O’higgins, y yo por pura suerte de haberme ganado una entrada, fui una de aquellas.


Llegué al recinto cerca de las siete de la tarde y para mi sorpresa, ninguna de las ubicaciones se encontraba llena de gente. Sin embargo, a esa hora ya era posible darse cuenta del arrastre que posee Aerosmith, ya que entre los asistentes habían desde niños de 10 años, hasta hombres y mujeres que rodeaban los sesenta años.


De copuchenta conversé con un padre y su hijo, donde el niño era el más emocionado, no sólo porque la banda norteamericana es una de sus favoritas, si no porque éste era su primer recital de rock.


Me gustó sentir la misma emoción que ese niño, recordando lo que significó para mí la primera “tokata” a la que asistí, y también por cada uno de los grandes recitales en los cuales he estado presente. Pero más aún, me gustó ser testigo de la alegría de un hombre de 59 años -según él, cantante de una banda de rock-, que se contentaba con la invitación de su hija mayor al recital, ya que él había presenciado los shows de clásicos del rock como Rolling Stones, Led Zeppelin’ y Journey, y no podía quedarse fuera de este magno evento.


Cerca de las ocho de la noche, y ya acompañada por mi novio, aparecieron los chicos de Dion, el grupo telonero elegido para calentar los motores antes del show de Aerosmith, lo que sólo provocó más expectación y nervios en los asistentes. Mientras los chilenos tocaban, eché una mirada al lugar, y noté que las galerías ya se encontraban llenas, y en la cancha era difícil encontrar un espacio donde tener una vista privilegiada.


Mi celular marcaba las 21:15 cuando se apagaron las luces, y un grito general se tomó la elipse del Parque O’higgins. En el escenario descendió un telón con el logo de Aerosmith y ya la emoción se tomaba cada uno de los ojos que lo observaban fijamente. Tuvieron que pasar cerca de cinco minutos para que por fin se revelara el escenario y un montón de luces iluminaran las caras de los miles de fans que esperaban por la banda.


Love in an elevator fue la encargada de abrir el show. Los característicos gritos “Wuoo… wuoo yeaaaah!” salían desde las de 20.000 bocas, mientras Steven Tyler se paseaba por el escenario vistiendo una especie de abrigo/capa de color morado, lentes de sol, un gorro y su característico micrófono cubierto de pañuelos de colores.


Ahí estaban. Eran Steven Tyler, Joe Perry, Brad Whitford, Tom Hamilton y Joey Kramer, tocando para el público chileno, ése que poco o nada se parecía al que dejaron el año 1994 en la pista Atlética del Estadio Nacional. Ése, que entre sus asistentes estuvieron mis papás, y que hoy, en el 2010 fui yo la encargada de representar a mi familia.


Lo que se vino después fue un show lleno de puros éxitos que durante cuarenta años han deleitado. Gritos, saltos y cantos a todo pulmón, acompañaron a Falling in love (is hard on the knees), Pink y Dream On, seguidas de Livin’ on the edge, Jaded y una emocionante versión de Cryin’, donde un joven en silla de ruedas trataba de no llorar en el escenario mientras cantaba junto al mismísimo Tyler, desatando los aplausos en el público.


El momento romántico llegó con I don’t want to miss a thing, banda sonora de la película Armageddon. Bajo una luz violeta, cámaras digitales y celulares se levantaban para grabar el momento, mientras que los enamorados nos abrazábamos y nos dedicábamos la canción al oído.


Rag Doll fue la elegida para romper con al ambiente sentimental. Sin embargo, éste fue continuado con la balada What It Takes, donde las mujeres como si fueran unas quinceañeras, gritaban y cantaban con emoción, seguramente, recordando uno que otro amor de juventud.


Sweet Emotion, y una energía como la de sus primeros años, demostraron que Aerosmith continúa vigente y que a pesar de la “panza” de Tyler, aún pueden rockear como antes. Luego fue el turno del entretenido solo de Joe Perry con su personaje de Guitar Hero, para luego vocalizar Stop Messin’ Around, un cover de Fleetwood Mac.


“The old shit”, como dijo el propio Steven, llegó con Last Child, Baby, Please don’t go, que volvió loco al público, y Draw the line, dando por finalizada la primera parte del concierto.


La vuelta de la banda al escenario fue introducida por la batería de Kramer y la energética Walk this way hizo saltar a los más de veinte mil fans que olvidaban el frío del 25 de mayo. Ese tema del 77’que junto a Run DMC los hicieron merecedores de un Soul Train Music Award, por el mejor tema Rap de 1987, ahora era coreado por los chilenos, mientras Steven Tyler bailaba y disfrutaba con el pecho al descubierto.


En las pantallas comenzaron a aparecer imágenes de líneas férreas y trenes a gran velocidad, y Perry comenzaba a preparar con su guitarra Train kept a-rollin’, el último tema que aparecía en el setlist armado para nuestro país…. Cosa que no pudo terminar así.


Aerosmith se despedía ya de su show en Chile, pero el público no estaba dispuesto a abandonar el lugar sin escuchar el éxito Crazy. Steven Tyler, parado en medio del escenario, pidió un momento y preparó el tema poniéndose una pañoleta en la cabeza, hasta que por fin pronunció las palabras claves que cerrarían de la mejor forma un show perfecto: Come here, baby…


Con una elipse del Parque O’higgins rendida a los pies de Steven Tyler y compañía, el show que tardó 16 años para volver a Chile llegaba su fin. Sin importar los precios, el lugar, la temperatura e incluso los temas que muchos esperaban y no llegaron, el público se retiraba sin queja alguna.


Sin ser fanática, puedo decir que el recital de Aerosmith es uno de los de mayor calidad que recuerdo. A pesar de los años, Tyler demuestra que, a pesar de una u otra pifia, su característica voz sigue vigente, mientras que el resto de la banda nos hizo recordar durante dos horas el por qué son una de las mejores bandas de hard rock de todo el planeta.

Nueva Ley de Radios Comunitarias: con gusto a poco(s)

Restan 90 días para terminar elaboración de reglamento

Luego de 16 años con la Ley de Mínima Cobertura se aprobó la ley que crea los Servicios de Radiodifusión Comunitaria y Ciudadana. ¿Avances? ¿Deudas pendientes?, veamos.

Casi dos años y medio tuvieron que pasar para que el proyecto de ley que entrega mejoras económicas, técnicas y jurídicas a las radios comunitarias, finalmente viera la luz. Nunca alejada de la controversia, la legislación fue aprobada entre los aplausos de comunicadores que valoran el logro del nuevo estatuto, y las pifias de aquellos que consideran como insuficiente el nuevo marco legal.

La Asociación Nacional de Radios Comunitarias y Ciudadanas de Chile (ANARCICH) fue una de las primeras en recibir con los brazos abiertos esta nueva legislación de la cual fueron sus principales promotores. "Hoy las Radios Comunitarias cuentan con su propia ley, insuficientes para algunos, limitadas para otros. Pero para quienes hacemos día a día la Radio Comunitaria nos sentimos satisfechos con el logro obtenido: La nueva Ley trae mejores condiciones jurídicas y técnicas para el desarrollo de nuestras emisoras", expresan con alegría a través de un comunicado en su página web (AQUI).

Dentro de la nueva legislación existen claros beneficios destinados a los radiodifusores comunitarios, que vienen a sincerar lo que en la práctica ocurre. Podemos destacar:

  • El aumento de 1watt de potencia a 25. Mientras que en zonas fronterizas o apartadas, la cobertura podrá llegar a 40watts y pueblos indígenas con 30watts.
  • Se aumentará la altura de la antena transmisora de seis a 18 metros.
  • La renovación de concesión se realizará cada diez años, y no cada tres.
  • Se autoriza a las emisoras comunitarias a hacer menciones comerciales.
  • Se restringen las concesiones a personas jurídicas sin fines de lucro poniendo freno a empresas comerciales y privadas que postulaban a una frecuencia.

Gracias a estas nuevas mejoras, la asociación que reúne a más de 250 radios comunitarias a lo largo de todo el país, considera que se ha dado un paso para comenzar "nuevos tiempos para vivir y asumir los desafíos que demandan las comunicaciones".

Los "peros"

Si bien la ANARCICH reconoce que existen asuntos no resueltos, expresando que "más tarde habremos de ver los temas pendientes a perfeccionar y mejorar la Ley", hay otros que exigen, de forma inmediata, la corrección de varios artículos.

Uno de los aspectos que más se ha discutido de la nueva legislación es el limitado porcentaje del espectro radioeléctrico entregado a la ciudadanía, el cual reúne a todas las señales comunitarias en los dos puntos finales 105.1 al 107.9 del dial de Frecuencia Modulada (FM). Aunque este margen puede ser menos dependiendo de la zona de servicio.

Los opositores a esta medida, como Paulina Acevedo, representante de la Red de Medios de los Pueblos, consideran que el espectro "no sólo debe ser considerado como un bien de uso público, sino que también, como un patrimonio de la humanidad". Debido a esto es que llaman al Estado a hacer una repartición equitativa del espectro entre los medios privados, públicos -que no existen en Chile- y medios sin fines de lucro, lo cual evitaría la "ilegalidad" de aquellas señales que no quepan en el 5% destinado a la transmisión comunitaria e incluiría a varias que actualmente operan fuera del espectro, sin antes haber conseguido una frecuencia.

Mientras algunos celebran las "mejoras" mencionadas, existen organizaciones de la sociedad civil como Radio Juan Gómez Millas, Eco Educación y Comunicaciones, Radio Tierra y Red de Medios para los Pueblos, que no se encuentran del todo contentos por la aprobación de la nueva Ley de Radios comunitarias, y resumen los problemas de ésta en lo siguientes puntos:

  • Mención comercial: única publicidad autorizada dentro de las radios comunitarias, que consta en nombrar dentro de un programa el producto, distribuidor y dirección de éste. De avisos publicitarios ni hablar, lo que excluye además otras estrategias de financiamiento.
  • Perpetuación de concesiones: continúa sistema de derecho preferente en la renovación de frecuencias, limitando la participación de futuros actores en la radiodifusión.
  • No a cadenas radiales: radios comunitarias no pueden asociarse a emisoras comerciales, excepto en emergencias, o cuando la autoridad lo determine competente, restringiendo el campo de acción de la sociedad organizada.
  • Técnico versus calidad: Subsecretaría de Telecomunicaciones continúa teniendo en sus manos el espectro radioeléctrico del país, privilegiando parámetros técnicos por sobre la calidad sociocultural de los proyectos.

Paulina Acevedo declara que "ni la ley aprobada, ni las leyes que tenemos, fomentan el surgimiento de nuevos medios que permitan poder tener una mayor visibilidad de las necesidades de la sociedad, y también, en caso de catástrofe, tener una información más oportuna del estado en situación".

Mirando al futuro

Aun cuando la nueva legislación expresa un reconocimiento a la radiodifusión comunitaria, los problemas y desafíos para el futuro no dejan de ser importantes para seguir mejorando el trabajo radial.

María Pía Matta, Presidenta de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias, América Latina y Caribe, AMARC ALC, cree que "un desafío importante será tener grupos o asociaciones de radios capaces de mostrar caminos de sostenibilidad integral para sus emisoras, lo que permitiría buscar formas de financiamiento para las emisoras, discutir y crear proyectos de ley de participación asociativa, etcétera". De esta forma, presionaría para que "los Estados deban legislar en derecho, y no arbitrariamente".

Pero no sólo el gobierno y los comunicadores poseen responsabilidades en la discusión sobre radios comunitarias, es por esto que la presidenta de AMARC ALC realiza un llamado especial a la sociedad civil. Considerándola como un importante actor social en la creación de una cultura de derechos, María Pía Matta cree que los ciudadanos son fundamentales para las discusiones legislativas ya que "tienen mucho que aportar en administración no lucrativa, en la construcción de medios con propiedad social".

Otra tarea importante para el futuro es mejorar el conocimiento y valoración del trabajo realizado por las radios ciudadanas. De esta manera, Matta destaca la necesidad de "avanzar en la comprensión de lo comunitario, entender que cuando hablamos de radios comunitarias hablamos de un ejercicio de libertad de expresión".

El derecho a comunicar

Digan lo que digan, existe un hecho claro sobre la nueva ley de Radios Comunitarias y es el escaso avance que ésta posee en cuanto a materia de libertad de expresión.

Es necesario e importante reconocer que a través de cada una de las ondas sonoras se ejerce el derecho a la comunicación, y, la existencia de vicios legales, como el limitado espectro radiofónico o la perpetuación de las concesiones radiales, no contribuye al libre ejercicio de informar. Esta situación sólo continuará cerrando puertas a posibles nuevos actores que se quieran sumar a la tarea de la radiodifusión comunitaria.

En este contexto, los comunicadores ya mencionados exigen de forma urgente la eliminación del artículo 36 b, letra A, consagrado en la Ley General de Telecomunicaciones en Chile. Catalogado como un acto de criminalización a la libertad de expresión, debido a los castigos de incautación de equipos y penas de cárcel para los radiodifusores que no posean una concesión del espectro, este apartado es sólo un reflejo del poco compromiso por parte del Estado de proteger y hacer valer el derecho a la libertad de expresión que posee todo ciudadano.

Las ondas sonoras son patrimonio de la humanidad, y como tal, pueden ser utilizadas por cualquier ciudadano que desee ejercer su libertad de expresión. Las deudas pendientes que presenta la Ley de Radios Comunitarias, y el artículo 36b de la LGT, son claros obstáculos que no permiten el buen cumplimiento de underecho humano como es comunicarse.

La responsabilidad de que esta barrera deje de existir no sólo recae en manos del Estado o de sus legisladores, sino que también, en las de una sociedad civil conciente de la importancia de medios de comunicación libres de informar.