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viernes, 23 de julio de 2010

Un regalo de Navidad


Es diciembre de 1994, y la celebración de Navidad ya es una costumbre en el Jardín Infantil Pandita de Puente Alto. El show consta de dos partes, una que responde a la tradición cristiana del nacimiento de Jesús, mientras que la segunda deja en evidencia el consumismo que a mitad de los años noventa ya se hace sentir.

No recuerdo si me ofrecí, o si me designaron, pero mi papel en la obra de teatro era ser un regalo, literalmente. Seguramente yo iba a ser un obsequio para el “niñito Jesús”, o simplemente para algún niño que esperaba con ansias su presente, no lo recuerdo bien.

El disfraz era simple: sólo una caja de cartón forrada en papel de regalo navideño. Mi mamá no tuvo mayores problemas para realizarlo, por lo que en el día del show, no debía haber dificultad alguna para introducirme dentro de mi traje. Lamentablemente, no fue así.

El día había llegado. El jardín infantil luce completamente adornado con guirnaldas y motivos navideños, cubierto de colores rojos y verdes y más de algún gorro de “Viejo Pascuero” colgando de las paredes. Nada se salva de la decoración, ni las puertas, ni las salas, ni siquiera los grandes juegos de fierro que aparentan ser cuncunas gigantes, y menos las jaulas con tortugas rodeadas de restos de lechuga que dejan luego de despertar de sus eternas siestas.

“Navidad, navidad, blanca navidad” suena por uno de los dos parlantes negros ubicados en el patio del jardín infantil, contrastando totalmente con el sol que ilumina y acalora en diciembre. Los niños corren disfrazados, algunos con largas túnicas de colores opacos y barbas hechas con algodón blanco, otros de animales o de ángeles, y uno que otro regalo se escabulle torpemente entre la multitud.

“Mami, ¿cómo me voy a meter ahí?”, le pregunté asustada a mi madre cuando ella se predispuso a disfrazarme con su caja de cartón enchulada con papel de regalo. “Por debajo, Kari”, y me agarró de un brazo para ponerme el traje.

La caja forrada con un papel rojo con dibujos navideños y una cinta blanca a su alrededor, era más grande que yo, sin embargo, meterme dentro de ella fue toda una odisea. Primero porque en mi cabeza rulienta lucía una rosa de regalo blanca, y debía cuidar su ubicación como fuese, y segundo, porque los orificios destinados para que mis brazos y mi cabeza atravesaran, eran demasiado angostos. “¡Me duele!”, grité una y otra vez mientras mi madre acomodaba su creación en mí. Hasta que lo logró, y orgullosa de su trabajo me abrazó con dificultad debido al volumen de la caja. Arregló mi pelo con suavidad, afirmó la rosa de regalo en mi cabeza y me subió las pantis blancas por debajo del traje para dirigirnos al jardín que se ubicaba a sólo dos cuadras de mi casa.

El sol pegaba con fuerza al medio día, y en cada paso que daba vestida de regalo junto a mi madre, me quejaba del calor y de lo mucho que me dolían los brazos debido al cartón. “Hija, para verte bella, tienes que ver estrellas”, repetía mi mamá una y otra vez tratando de consolar el dolor que me causaba su disfraz. Pero yo sonreía feliz, porque a lo largo de esas dos cuadras de distancia los piropos por mi traje me hacían sentir bien.

Por fin mis zapatos de charol blanco se posaban frente a la reja de mi jardín infantil. Desde la calle se oían los gritos de mis compañeros y también de las canciones navideñas que sonaban sin cesar. Entré de la mano de mi madre, y atravesamos las cuncunas gigantes y los resbalines para llegar a la parte trasera del lugar donde se iba a realizar el acto.

El lugar estaba plagado de padres y apoderados que se acomodaban en las pequeñas sillas de colores, sin soltar en ningún momento sus cámaras fotográficas para tener algún recuerdo de sus hijos en navidad.

Era el momento. Habíamos ensayado por días, las tías nos animaban y nos enseñaban bailes, cantos y todo un acto que realizaríamos frente a nuestras familias, luciendo lindos disfraces y una gran sonrisa estampada en la cara. Empezó el nacimiento de Jesús en un pesebre de Belén y los flashes de las cámaras competían con los rayos del sol que iluminaban nuestros trajes, y los suspiros y risas de familias completamente chochas por sus hijos, se entremezclaban con la música del Tamborilero.

Es mi turno, era una de las tres niñas disfrazadas de regalo que bailan y hacen emocionar hasta las lágrimas a sus mamás. Y la mía no fue la excepción, ya que entre la multitud logré verla sonriendo detrás del lente de la cámara fotográfica. Ya no me importaba el dolor de la caja de cartón en mi cuerpo, en ese momento sólo sonreía para mi madre y para el resto de las personas que nos animaba con aplausos coordinados al ritmo navideño.

El suplicio por fin se acababa. La música cada vez se escuchaba menos, y la efervescencia del público se hacía notar. Aplausos, gritos, silbidos y “bravos” se escuchaban entonces. Con mis compañeros nos tomamos de la mano, nos ponemos en fila junto a nuestras “tías” y nos agachamos felices que todo resultó bien.

Al terminar, corrí donde mi mamá, y la abracé. Ella reía y lloraba a la vez, me aferraba hacia su pecho y me felicitaba porque había salido todo lindo. “¿Me puedo sacar la caja?”, es lo único que logro decirle luego de toda su emoción, y sonándose la nariz con un pañuelo de género de mi papá, me dice que sí. Por fin mis brazos y mis piernas eran libres para poder correr, jugar y saltar sin incomodidad alguna.

“¡Y ahora llega la sorpresa para nuestros niños!”, se oyó por los alto parlantes, y las tías del jardín nos ordenaron, sentaron en el suelo y nos hicieron esperar.

Desde uno de los rincones del jardín se oyó“jojojo”, y un hombre gordo con barba blanca, de gorro y traje rojo avanzó hacia nosotros. Era el Viejo Pascuero que nos traía regalos. Se sentó en medio de todos, y de a poco comenzó a decir los nombres de mis compañeros para entregarle un presente a cada uno de ellos. Hasta que me llamó a mí, y feliz de tener una recompensa por mi sacrificio, corrí hacia sus piernas para sentarme sobre ellas.

Mi mamá estaba chocha, se paró frente a mí, y me hizo sonreír para tomarme una foto con el Viejo Pascuero que había llegado para premiarnos a todos por habernos portado bien durante todo el año en el jardín.

jueves, 22 de julio de 2010

Aerosmith en Chile: Come here, Baby!


Ni los 8° grados pronosticados para la noche del 25 de mayo, fueron impedimento para que más de 20.000 personas se agolparan en la elipse del Parque O’higgins, y yo por pura suerte de haberme ganado una entrada, fui una de aquellas.


Llegué al recinto cerca de las siete de la tarde y para mi sorpresa, ninguna de las ubicaciones se encontraba llena de gente. Sin embargo, a esa hora ya era posible darse cuenta del arrastre que posee Aerosmith, ya que entre los asistentes habían desde niños de 10 años, hasta hombres y mujeres que rodeaban los sesenta años.


De copuchenta conversé con un padre y su hijo, donde el niño era el más emocionado, no sólo porque la banda norteamericana es una de sus favoritas, si no porque éste era su primer recital de rock.


Me gustó sentir la misma emoción que ese niño, recordando lo que significó para mí la primera “tokata” a la que asistí, y también por cada uno de los grandes recitales en los cuales he estado presente. Pero más aún, me gustó ser testigo de la alegría de un hombre de 59 años -según él, cantante de una banda de rock-, que se contentaba con la invitación de su hija mayor al recital, ya que él había presenciado los shows de clásicos del rock como Rolling Stones, Led Zeppelin’ y Journey, y no podía quedarse fuera de este magno evento.


Cerca de las ocho de la noche, y ya acompañada por mi novio, aparecieron los chicos de Dion, el grupo telonero elegido para calentar los motores antes del show de Aerosmith, lo que sólo provocó más expectación y nervios en los asistentes. Mientras los chilenos tocaban, eché una mirada al lugar, y noté que las galerías ya se encontraban llenas, y en la cancha era difícil encontrar un espacio donde tener una vista privilegiada.


Mi celular marcaba las 21:15 cuando se apagaron las luces, y un grito general se tomó la elipse del Parque O’higgins. En el escenario descendió un telón con el logo de Aerosmith y ya la emoción se tomaba cada uno de los ojos que lo observaban fijamente. Tuvieron que pasar cerca de cinco minutos para que por fin se revelara el escenario y un montón de luces iluminaran las caras de los miles de fans que esperaban por la banda.


Love in an elevator fue la encargada de abrir el show. Los característicos gritos “Wuoo… wuoo yeaaaah!” salían desde las de 20.000 bocas, mientras Steven Tyler se paseaba por el escenario vistiendo una especie de abrigo/capa de color morado, lentes de sol, un gorro y su característico micrófono cubierto de pañuelos de colores.


Ahí estaban. Eran Steven Tyler, Joe Perry, Brad Whitford, Tom Hamilton y Joey Kramer, tocando para el público chileno, ése que poco o nada se parecía al que dejaron el año 1994 en la pista Atlética del Estadio Nacional. Ése, que entre sus asistentes estuvieron mis papás, y que hoy, en el 2010 fui yo la encargada de representar a mi familia.


Lo que se vino después fue un show lleno de puros éxitos que durante cuarenta años han deleitado. Gritos, saltos y cantos a todo pulmón, acompañaron a Falling in love (is hard on the knees), Pink y Dream On, seguidas de Livin’ on the edge, Jaded y una emocionante versión de Cryin’, donde un joven en silla de ruedas trataba de no llorar en el escenario mientras cantaba junto al mismísimo Tyler, desatando los aplausos en el público.


El momento romántico llegó con I don’t want to miss a thing, banda sonora de la película Armageddon. Bajo una luz violeta, cámaras digitales y celulares se levantaban para grabar el momento, mientras que los enamorados nos abrazábamos y nos dedicábamos la canción al oído.


Rag Doll fue la elegida para romper con al ambiente sentimental. Sin embargo, éste fue continuado con la balada What It Takes, donde las mujeres como si fueran unas quinceañeras, gritaban y cantaban con emoción, seguramente, recordando uno que otro amor de juventud.


Sweet Emotion, y una energía como la de sus primeros años, demostraron que Aerosmith continúa vigente y que a pesar de la “panza” de Tyler, aún pueden rockear como antes. Luego fue el turno del entretenido solo de Joe Perry con su personaje de Guitar Hero, para luego vocalizar Stop Messin’ Around, un cover de Fleetwood Mac.


“The old shit”, como dijo el propio Steven, llegó con Last Child, Baby, Please don’t go, que volvió loco al público, y Draw the line, dando por finalizada la primera parte del concierto.


La vuelta de la banda al escenario fue introducida por la batería de Kramer y la energética Walk this way hizo saltar a los más de veinte mil fans que olvidaban el frío del 25 de mayo. Ese tema del 77’que junto a Run DMC los hicieron merecedores de un Soul Train Music Award, por el mejor tema Rap de 1987, ahora era coreado por los chilenos, mientras Steven Tyler bailaba y disfrutaba con el pecho al descubierto.


En las pantallas comenzaron a aparecer imágenes de líneas férreas y trenes a gran velocidad, y Perry comenzaba a preparar con su guitarra Train kept a-rollin’, el último tema que aparecía en el setlist armado para nuestro país…. Cosa que no pudo terminar así.


Aerosmith se despedía ya de su show en Chile, pero el público no estaba dispuesto a abandonar el lugar sin escuchar el éxito Crazy. Steven Tyler, parado en medio del escenario, pidió un momento y preparó el tema poniéndose una pañoleta en la cabeza, hasta que por fin pronunció las palabras claves que cerrarían de la mejor forma un show perfecto: Come here, baby…


Con una elipse del Parque O’higgins rendida a los pies de Steven Tyler y compañía, el show que tardó 16 años para volver a Chile llegaba su fin. Sin importar los precios, el lugar, la temperatura e incluso los temas que muchos esperaban y no llegaron, el público se retiraba sin queja alguna.


Sin ser fanática, puedo decir que el recital de Aerosmith es uno de los de mayor calidad que recuerdo. A pesar de los años, Tyler demuestra que, a pesar de una u otra pifia, su característica voz sigue vigente, mientras que el resto de la banda nos hizo recordar durante dos horas el por qué son una de las mejores bandas de hard rock de todo el planeta.

Nueva Ley de Radios Comunitarias: con gusto a poco(s)

Restan 90 días para terminar elaboración de reglamento

Luego de 16 años con la Ley de Mínima Cobertura se aprobó la ley que crea los Servicios de Radiodifusión Comunitaria y Ciudadana. ¿Avances? ¿Deudas pendientes?, veamos.

Casi dos años y medio tuvieron que pasar para que el proyecto de ley que entrega mejoras económicas, técnicas y jurídicas a las radios comunitarias, finalmente viera la luz. Nunca alejada de la controversia, la legislación fue aprobada entre los aplausos de comunicadores que valoran el logro del nuevo estatuto, y las pifias de aquellos que consideran como insuficiente el nuevo marco legal.

La Asociación Nacional de Radios Comunitarias y Ciudadanas de Chile (ANARCICH) fue una de las primeras en recibir con los brazos abiertos esta nueva legislación de la cual fueron sus principales promotores. "Hoy las Radios Comunitarias cuentan con su propia ley, insuficientes para algunos, limitadas para otros. Pero para quienes hacemos día a día la Radio Comunitaria nos sentimos satisfechos con el logro obtenido: La nueva Ley trae mejores condiciones jurídicas y técnicas para el desarrollo de nuestras emisoras", expresan con alegría a través de un comunicado en su página web (AQUI).

Dentro de la nueva legislación existen claros beneficios destinados a los radiodifusores comunitarios, que vienen a sincerar lo que en la práctica ocurre. Podemos destacar:

  • El aumento de 1watt de potencia a 25. Mientras que en zonas fronterizas o apartadas, la cobertura podrá llegar a 40watts y pueblos indígenas con 30watts.
  • Se aumentará la altura de la antena transmisora de seis a 18 metros.
  • La renovación de concesión se realizará cada diez años, y no cada tres.
  • Se autoriza a las emisoras comunitarias a hacer menciones comerciales.
  • Se restringen las concesiones a personas jurídicas sin fines de lucro poniendo freno a empresas comerciales y privadas que postulaban a una frecuencia.

Gracias a estas nuevas mejoras, la asociación que reúne a más de 250 radios comunitarias a lo largo de todo el país, considera que se ha dado un paso para comenzar "nuevos tiempos para vivir y asumir los desafíos que demandan las comunicaciones".

Los "peros"

Si bien la ANARCICH reconoce que existen asuntos no resueltos, expresando que "más tarde habremos de ver los temas pendientes a perfeccionar y mejorar la Ley", hay otros que exigen, de forma inmediata, la corrección de varios artículos.

Uno de los aspectos que más se ha discutido de la nueva legislación es el limitado porcentaje del espectro radioeléctrico entregado a la ciudadanía, el cual reúne a todas las señales comunitarias en los dos puntos finales 105.1 al 107.9 del dial de Frecuencia Modulada (FM). Aunque este margen puede ser menos dependiendo de la zona de servicio.

Los opositores a esta medida, como Paulina Acevedo, representante de la Red de Medios de los Pueblos, consideran que el espectro "no sólo debe ser considerado como un bien de uso público, sino que también, como un patrimonio de la humanidad". Debido a esto es que llaman al Estado a hacer una repartición equitativa del espectro entre los medios privados, públicos -que no existen en Chile- y medios sin fines de lucro, lo cual evitaría la "ilegalidad" de aquellas señales que no quepan en el 5% destinado a la transmisión comunitaria e incluiría a varias que actualmente operan fuera del espectro, sin antes haber conseguido una frecuencia.

Mientras algunos celebran las "mejoras" mencionadas, existen organizaciones de la sociedad civil como Radio Juan Gómez Millas, Eco Educación y Comunicaciones, Radio Tierra y Red de Medios para los Pueblos, que no se encuentran del todo contentos por la aprobación de la nueva Ley de Radios comunitarias, y resumen los problemas de ésta en lo siguientes puntos:

  • Mención comercial: única publicidad autorizada dentro de las radios comunitarias, que consta en nombrar dentro de un programa el producto, distribuidor y dirección de éste. De avisos publicitarios ni hablar, lo que excluye además otras estrategias de financiamiento.
  • Perpetuación de concesiones: continúa sistema de derecho preferente en la renovación de frecuencias, limitando la participación de futuros actores en la radiodifusión.
  • No a cadenas radiales: radios comunitarias no pueden asociarse a emisoras comerciales, excepto en emergencias, o cuando la autoridad lo determine competente, restringiendo el campo de acción de la sociedad organizada.
  • Técnico versus calidad: Subsecretaría de Telecomunicaciones continúa teniendo en sus manos el espectro radioeléctrico del país, privilegiando parámetros técnicos por sobre la calidad sociocultural de los proyectos.

Paulina Acevedo declara que "ni la ley aprobada, ni las leyes que tenemos, fomentan el surgimiento de nuevos medios que permitan poder tener una mayor visibilidad de las necesidades de la sociedad, y también, en caso de catástrofe, tener una información más oportuna del estado en situación".

Mirando al futuro

Aun cuando la nueva legislación expresa un reconocimiento a la radiodifusión comunitaria, los problemas y desafíos para el futuro no dejan de ser importantes para seguir mejorando el trabajo radial.

María Pía Matta, Presidenta de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias, América Latina y Caribe, AMARC ALC, cree que "un desafío importante será tener grupos o asociaciones de radios capaces de mostrar caminos de sostenibilidad integral para sus emisoras, lo que permitiría buscar formas de financiamiento para las emisoras, discutir y crear proyectos de ley de participación asociativa, etcétera". De esta forma, presionaría para que "los Estados deban legislar en derecho, y no arbitrariamente".

Pero no sólo el gobierno y los comunicadores poseen responsabilidades en la discusión sobre radios comunitarias, es por esto que la presidenta de AMARC ALC realiza un llamado especial a la sociedad civil. Considerándola como un importante actor social en la creación de una cultura de derechos, María Pía Matta cree que los ciudadanos son fundamentales para las discusiones legislativas ya que "tienen mucho que aportar en administración no lucrativa, en la construcción de medios con propiedad social".

Otra tarea importante para el futuro es mejorar el conocimiento y valoración del trabajo realizado por las radios ciudadanas. De esta manera, Matta destaca la necesidad de "avanzar en la comprensión de lo comunitario, entender que cuando hablamos de radios comunitarias hablamos de un ejercicio de libertad de expresión".

El derecho a comunicar

Digan lo que digan, existe un hecho claro sobre la nueva ley de Radios Comunitarias y es el escaso avance que ésta posee en cuanto a materia de libertad de expresión.

Es necesario e importante reconocer que a través de cada una de las ondas sonoras se ejerce el derecho a la comunicación, y, la existencia de vicios legales, como el limitado espectro radiofónico o la perpetuación de las concesiones radiales, no contribuye al libre ejercicio de informar. Esta situación sólo continuará cerrando puertas a posibles nuevos actores que se quieran sumar a la tarea de la radiodifusión comunitaria.

En este contexto, los comunicadores ya mencionados exigen de forma urgente la eliminación del artículo 36 b, letra A, consagrado en la Ley General de Telecomunicaciones en Chile. Catalogado como un acto de criminalización a la libertad de expresión, debido a los castigos de incautación de equipos y penas de cárcel para los radiodifusores que no posean una concesión del espectro, este apartado es sólo un reflejo del poco compromiso por parte del Estado de proteger y hacer valer el derecho a la libertad de expresión que posee todo ciudadano.

Las ondas sonoras son patrimonio de la humanidad, y como tal, pueden ser utilizadas por cualquier ciudadano que desee ejercer su libertad de expresión. Las deudas pendientes que presenta la Ley de Radios Comunitarias, y el artículo 36b de la LGT, son claros obstáculos que no permiten el buen cumplimiento de underecho humano como es comunicarse.

La responsabilidad de que esta barrera deje de existir no sólo recae en manos del Estado o de sus legisladores, sino que también, en las de una sociedad civil conciente de la importancia de medios de comunicación libres de informar.

Atropellada por atropellar

El calor del verano sofoca día a día a los habitantes de la capital de Chile. A diferencia de las altas temperaturas que se dan en otras regiones del país, los treinta y tantos grados que se sienten en Santiago son mucho más asfixiantes y secos que en cualquier otro lado. Pero por suerte hoy es sábado, la mayoría no trabaja y es mucho más fácil capear los opresivos rayos del sol en las piscinas, playas o incluso con la manguera del jardín.

Sin embargo, algunos no tiene esa suerte, y deben dedicarse a las tareas que les prepara la tarde de un sábado de enero.

Desde una casa con portón rojo ubicada en el pasaje Tongoy en la villa Los Andes del Sur de Puente Alto, una joven se asoma. Mira para ambos lados y saca por fin una bicicleta ploma que no está en las mejores condiciones. Son las 15:20 horas y luego de cerrar la puerta de su hogar, la niña pone en sus orejas los audífonos de su mp4, decide que será la cumbia de Chico Trujillo la que acompañará su viaje, baja un poco el volumen de la música y se monta en sus dos ruedas.

Detrás de unos lentes de sol negros apresura el pedaleo hasta llegar a la avenida Vicuña Mackenna con Salvador Sanfuentes, donde debe esperar una luz verde en el semáforo. Según lo planeado, sólo debe demorar cinco o siete minutos para llegar a su destino: una parroquia que se encuentra dos paraderos más al sur de donde ella vive.

Cuando por fin puede cruzar la calle, la joven mueve sus piernas que visten jeans negros, y con una sola mano en el volante se arregla la polera amarilla con un dibujo que dice “Grupo de Guías y Scouts Barnabitas”. Debido a este detalle, y por el notorio pañolín amarillo con cintas verdes y blancas que usa en su cuello, desde lejos se puede advertir que se dirige a scouts.

“Sigue, sigue tu vida, no digas nada que esta historia es conocida…”, suena muy bajo en los oídos de la joven, quien avanza en su bicicleta sin mayores problemas por la ciclo vía construida en la vereda poniente de Vicuña Mackenna sólo poco tiempo atrás. La rapidez que empieza a adquirir se ve reflejada en sus rulos que bajo el gorro café que usa comienzan a moverse y exigir libertad.

El ritmo de la cumbia chilena la acompaña mientras pasa por al frente de un supermercado Montserrat que luce tristemente su estacionamiento casi vacío y por una villa de casas de tres pisos llamadas “pajareras” debido a su parecido con el hogar de cientos de aves. En sus dos ruedas deja atrás una shopería, que día a día reúne en su mayoría hombres con ganas de beber, también una veterinaria y una ferretería.

Han pasado sólo tres minutos desde que se detuvo en la calle Salvador Sanfuentes, y ya se encuentra llegando a Elisa Correa, la misma avenida en la que se encuentra una de las estaciones de la línea cuatro del metro de Santiago.

Como es día sábado, una larga fila de feriantes se ubica a un costado de Vicuña Mackenna. Los gritos de venta de frutas y verduras comienzan a identificarse, y el olor a carne asada se impregna en el cuerpo de todo transeúnte que se cruza con el carrito de anticuchos que ofrece una señora con sobrepeso.

Antes de cruzar Elisa Correa, la joven advierte que el semáforo indica luz verde para los ciclistas, por lo que baja sólo un poco la velocidad que lleva. Sin embargo, su camino se ve obstruido por el carro que se encuentra asando carne, el cual se encuentra ubicado justo al frente de la ciclovía.

Haciendo una maniobra, la joven se gira un poco y se sube a la vereda para luego entrar nuevamente al lugar que le han designado para andar en su bicicleta… Pero no lo logra.

Sin darse cuenta, choca con un joven de polera gris y grandes audífonos que caminaba perpendicularmente a ella. Un golpe en el lado izquierdo de su cabeza la confunde, haciéndola perder el equilibrio y caer de su bicicleta.

Los rayos del sol golpean sus ojos que miran directamente al cielo, luego de haber quedado tirada en el suelo de la esquina surponiente de Elisa Correa con Vicuña Mackena, justo al frente de una panadería llamado Paypas. “¿Estás bien?”, “¡Tráiganle agua!”, “El medio porrazo, ¿no la viste venir?”, “No po, se me cruzó de un momento a otro”, y tantas otras expresiones se oyen a su alrededor.

Karina se encuentra bien, con el pulso un poco acelerado y confundida porque oye una música distinta a la suya. Es Madonna cantando Give it to me. “Estoy bien, pero yo no venía escuchando Madonna”, es lo único que se le oye decir mientras intenta ponerse de pie, mientras la señora de los anticuchos la reta, moja su frente con agua de un bidón poco higiénico y le exige que se quede en el suelo. Avergonzada, acepta las órdenes y continúa en el asfalto.

Una risa masculina se le acerca. “Yo venía escuchando a Madonna, ¿te gusta?”, le preguntó el mismo joven al que atropelló. “No puedo creer que te hayas pegado el terrible porrazo y preguntes por la música que oyes. ¡Qué graciosa!”

Los transeúntes que pasan por el lugar se acercan para copuchar por lo sucedido, hasta que la aguda voz de una niña grita: “’¡Mamá, yo la conozco, ella es de scout!”, y las mejillas rojas de la accidentada se pusieron más rojas aún.

Minutos después la joven asegura que está bien, que debe irse porque está atrasada. La señora de los anticuchos y el joven atropellado la ayudan a ponerse de pie, mientras que su bicicleta es levantada por un caballero de barba blanca que sostiene una bolsa de la feria en su otra mano. “¿Está bien, mijita?” insiste la señora del carrito, sabiendo que su ubicación no era la más correcta.

”Oye cabro, ¿por qué no acompañas a la niña?, por si acaso digo yo”, vuelve a hablar la mujer sin dar tiempo a que la accidentada responda la pregunta anterior. “No se preocupe, si estoy bien”, asegura la joven y toma su bicicleta para emprender su viaje nuevamente. Pero no la dejan, y el joven accede a la petición de la señora.

Tres y media de la tarde, y los dos accidentados caminan lentamente frente a los locales comerciales que se encuentran al lado de la panadería. La joven del pañolín le pide disculpas, que de verdad nunca lo vio venir. El joven, de menor altura que ella y lentes oscuros muy alternativos, también se disculpa, pero por andar con la música tan fuerte y no haberla visto.

Se ríen por lo absurda de la situación. El joven lleva la bicicleta, y le cuenta que él no vive por ahí, si no que iba camino a ver a su mamá “que vive unas cuadras más adentro por Elisa Correa”, que sus padres están separados, y hace tiempo que no andaba por Puente Alto.

Los pasos continúan siendo lentos, pero ya se comienza a divisar la parroquia Nuestra Señora de la Divina Providencia, el destino de la joven. Se detienen en la puerta y el joven exclama: “Así que scout, ¿eh?”. “Sí, tenemos un terreno atrás de la parroquia”, explica la accidentada, mientras el otro hace una mueca al templo, y expresa que hace “caleta que no veía esa iglesia”, y que en realidad no le gusta la religión católica porque no acepta ciertas cosas que él sí. “A mí tampoco me gusta, pero yo vengo a scout, no a rezar, jajaja”, responde la joven mientras se soba la cabeza.

Se disculpan nuevamente por lo sucedido, ella le agradece la compañía y le asegura que ya está bien. Se despiden y cuando el joven ya se va alejando le grita: “¿Cuál es tu nombre?”, “Karina, ¿y el tuyo?”, “Felipe. Cuídate entonces, Karina, y ¡usa un casco para la próxima!”

15:40 horas, y a pesar de haber atropellado a alguien, pero que finalmente terminó ella siendo la atropellada, la joven por fin puede entrar a su terreno de scout cubierto por el asfixiante calor de una tarde de enero.