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jueves, 22 de julio de 2010

Héroes incógnitos

La lluvia cae sin cesar en Santiago, amenazando a los habitantes de la capital con inundaciones, caídas de árboles sobre las casas y accidentes de tránsito en las calles. Por suerte, ya son las ocho de la noche y la mayoría de las personas va de vuelta a sus casas para descansar. Pero a diferencia de aquellos que ya retornan a sus hogares, otros cuantos siguen trabajando para velar por la seguridad de cada una de las personas de la ciudad… los bomberos.

Dieciséis años de servicio

La décima compañía de bomberos de Ñuñoa se ubica a una cuadra de la intersección de las calles Colombia y San José de la Estrella, en la comuna de La Florida. Con más de setenta voluntarios que promedian los veinticuatro años, y con una Brigada Juvenil que recibe a quince niños; el cuartel es parte de los once que vigilan las comunas de La Reina, Macul, Peñalolén y obviamente Ñuñoa y La Florida, siendo éste el segundo cuerpo más grande del país, después del de Santiago.

A pesar que en el lugar la lluvia no da tregua, en el cuartel se encuentran aproximadamente quince voluntarios. El edificio de dos pisos que luce su carro de rescate como si estuviese en una vitrina de mall, es un lugar tranquilo y acogedor, donde los bomberos conversan y ríen entre ellos, pero nunca provocando un gran bullicio entre sus paredes y pasillos. La recepción del cuartel que fue fundado hace dieciséis años, es como el living de una casa, con sillones y plantas, ubicándose al frente del escritorio de la secretaria de la décima compañía, la señora Marisol Figueroa.

Con voz suave y una dulce mirada, la señora Marisol saluda a todos los voluntarios que pasan frente a ella, y que día a día admira más porque encuentra que “es lindo lo que hacen”. Se transformó en la secretaria de los bomberos hace tan sólo cuatro meses, y a pesar que éste es un rubro totalmente distinto –antes trabajaba en una corredora de seguros- afirma que está feliz. “Me gusta trabajar aquí, es tranquilo. Aparte que los bomberos son tranquilos, ellos hacen lo que les gusta no más. Yo los admiro, porque es un amor muy grande que sienten por esto… yo no vendría a trabajar por amor al arte”.

La experiencia para Marisol ha sido significativa y le ha cambiado la visión que tenía de los bomberos y el servicio que prestan a la sociedad. “Yo antes pensaba que ellos iban sólo a apagar incendios, pero no, aunque no me crea también van a bajar gatos de los árboles, sacar a gente de los ascensores… incluso una vez fueron a ver a un niño que había metido un dedo en los hoyitos de los asientos de los paraderos y se había quedado atrapado… ¡ahí partieron ellos para cortar el asiento y llevarlo al consultorio!”.

El bichito de servir y ayudar a la gente

Los voluntarios se pasean por todo el lugar. A pesar de que hoy, 30 de junio, es su día –“el día del bombero”-, ellos se encuentran a la espera de algún llamado que los haga tomar su uniforme, subirse al carro, e ir en ayuda de quien lo necesite. Uno de ellos tiene barba, pelo corto y castaño claro, y viste una parka roja y gris: es Tomás Lawrence, Teniente Primero de la Décima Compañía, que por estos días se encuentra en el cargo de Capitán Subrrogante, debido a que el original, José Figueroa, está de viaje por Estados Unidos asesorando la compra del nuevo carro del cuartel, “el más moderno que tendrá Chile”.

El Capitán Lawrence es piloto de profesión, tiene 26 años y hace quince que dedica su vida al servicio como bombero. “Yo llegué aquí cuando tenía once años por don Gabriel Gálvez, que es el fundador de esta Compañía, y me uní porque era algo que desde niño quise. En realidad me llamaban la atención los carros, y recién con el paso del tiempo me picó el bichito de servir y ayudar a la gente, salvar vidas y ese tipo de cosas”, confiesa el joven con una voz bañada de seguridad.

A pesar de los accidentes que ha tenido a lo largo de su carrera como bombero –se electrocutó perdiendo la movilidad de la mitad de su cuerpo, mientras que en otra ocasión sufrió una lesión a los meniscos de su rodilla izquierda-, Tomás espera seguir toda su vida al servicio de los demás, y es por eso que se lo ha recomendado a sus más cercanos. “Todos mis amigos están acá, porque los he invitado a unirse. Con uno soy amigo desde los diez años, y aquí está. De hecho, acá hay varios que son familia, un papá con sus dos hijos, otros que son hermanos, por ejemplo”.

Al costado del living se encuentra un pasillo con grandes ventanales en el cual se ubican los baños y varias oficinas, entre ellas la del Capitán. Al fondo, detrás de una puerta, se oyen risas, vienen del comedor. El “casino”, como lo llaman los voluntarios, es un lugar sin mayor extensión, pero posee mesas y sillas para comer, una vitrina con premios y reconocimientos a la Compañía, un televisor y un sillón frente a él. Justo en ese lugar se encuentran tres hombres que ríen mientras ven un programa de TV, pero guardan la compostura al ver pasar al Teniente Primero.

Al lado izquierdo del comedor, se encuentra la sala de reuniones donde “se realizan las sesiones con todos los bomberos, se votan los presupuestos y se toman decisiones con respecto a la Compañía”. El lugar pareciera ser el más iluminado del cuartel. Las luces amarillas le dan un aspecto de limpieza y orden absoluto, más aún con la perfecta alineación de las ocho filas de sillas que se encuentran frente a un largo mesón con dos carros de bomberos en miniatura.

“Sale como un millón de pesos ser bombero”

El cuartel alberga a más bomberos a medida que van llegando con el pasar de los minutos. Jóvenes y adultos circulan por el edificio, sin embargo, no se encuentra la totalidad de voluntarios de la Compañía, los cuales alcanzan los setenta y cuatro, con sólo una mujer.

Un hombre más bien bajo, de camisa y chaleco azul acaba de llegar, es Mauricio Reyes, el tesorero de la Compañía. El cuartel es su parada final luego de salir del trabajo y pasar a su casa a ver a su esposa y sus tres hijos.

Con tres décadas en el cuerpo, ingresó hace cinco años a los bomberos, luego de inscribirse, cumplir con los requisitos, aprobar los veintidós cursos y adecuarse por seis meses a la Compañía. “Creí que era mucho más fácil entrar acá, imagínate que estuve medio año haciendo pruebas y viniendo al cuartel. En el grupo que yo postulé éramos treinta, empezaron los cursos, quedaron veinte, y así nos redujimos y quedamos como quince”.

Desde hace algún tiempo, Mauricio es el tesorero del cuartel y es el encargado de cobrar las cuotas que cada uno de los bomberos debe pagar mensualmente. “Nosotros pagamos una cuota mensual, y otra extraordinaria… y no son muy baratas. Imagínate que entre botas, uniforme, cuotas e inscripción, sale como un millón de pesos ser bombero. Con nuestra plata le pagamos a las tres personas que son rentadas aquí: el cuartelero, la secretaria y una persona que nos hace el aseo”.

A pesar de lo caro que resulta unirse a los bomberos, todos entienden que la plata es una necesidad para mantener su cuartel en pie e ir actualizándose para entregar un mejor servicio. Mauricio asegura que a través de diversas actividades, como rifas y peñas, y a otras contribuciones por parte del gobierno y colectas, han logrado salvaguardar la Compañía y salir adelante. Pero sin duda alguna es su próxima adquisición, el carro más moderno del país, lo que más los enorgullece. “Es un carro que mandamos a diseñar especialmente para Chile, por las características. Costó 280 millones de pesos, pero nosotros pusimos doscientos cuarenta, y a través de fondos concursables obtuvimos el resto”, cuenta el tesorero.

El deber llama

Pasadas las nueve de la noche, los bomberos se preparan para reunirse en alguna de las salas del cuartel para brindar y celebrar su día, cuando un sonido de alarma y una luz roja se activan. “¡10-4 en Santa Amalia con Avenida La Florida!”, se oye en cada una de las radios que poseen los voluntarios, y junto a eso, comienzan a escucharse gritos y pasos por todo el lugar. “Tienen un 10-4”, dice la señora Marisol, “seguramente hubo un accidente automovilístico”.

La llamada “zona restringida”, donde se estaciona la camioneta y el carro para realizar los rescates, comienza a llenarse de bomberos que lanzan sus zapatos y zapatillas para ponerse las botas, agarrando rápidamente sus uniformes que cuelgan de un perchero en la pared. “Así es cuando hay un rescate, parten todos corriendo. Yo me quedo acá y ellos van felices a hacer lo que les gusta”, suspira la secretaria ya acostumbrada de ver partir día a día a los héroes incógnitos de cada jornada.

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