



Ni los 8° grados pronosticados para la noche del 25 de mayo, fueron impedimento para que más de 20.000 personas se agolparan en la elipse del Parque O’higgins, y yo por pura suerte de haberme ganado una entrada, fui una de aquellas.
Llegué al recinto cerca de las siete de la tarde y para mi sorpresa, ninguna de las ubicaciones se encontraba llena de gente. Sin embargo, a esa hora ya era posible darse cuenta del arrastre que posee Aerosmith, ya que entre los asistentes habían desde niños de 10 años, hasta hombres y mujeres que rodeaban los sesenta años.
De copuchenta conversé con un padre y su hijo, donde el niño era el más emocionado, no sólo porque la banda norteamericana es una de sus favoritas, si no porque éste era su primer recital de rock.
Me gustó sentir la misma emoción que ese niño, recordando lo que significó para mí la primera “tokata” a la que asistí, y también por cada uno de los grandes recitales en los cuales he estado presente. Pero más aún, me gustó ser testigo de la alegría de un hombre de 59 años -según él, cantante de una banda de rock-, que se contentaba con la invitación de su hija mayor al recital, ya que él había presenciado los shows de clásicos del rock como Rolling Stones, Led Zeppelin’ y Journey, y no podía quedarse fuera de este magno evento.
Cerca de las ocho de la noche, y ya acompañada por mi novio, aparecieron los chicos de Dion, el grupo telonero elegido para calentar los motores antes del show de Aerosmith, lo que sólo provocó más expectación y nervios en los asistentes. Mientras los chilenos tocaban, eché una mirada al lugar, y noté que las galerías ya se encontraban llenas, y en la cancha era difícil encontrar un espacio donde tener una vista privilegiada.
Mi celular marcaba las 21:15 cuando se apagaron las luces, y un grito general se tomó la elipse del Parque O’higgins. En el escenario descendió un telón con el logo de Aerosmith y ya la emoción se tomaba cada uno de los ojos que lo observaban fijamente. Tuvieron que pasar cerca de cinco minutos para que por fin se revelara el escenario y un montón de luces iluminaran las caras de los miles de fans que esperaban por la banda.
Love in an elevator fue la encargada de abrir el show. Los característicos gritos “Wuoo… wuoo yeaaaah!” salían desde las de 20.000 bocas, mientras Steven Tyler se paseaba por el escenario vistiendo una especie de abrigo/capa de color morado, lentes de sol, un gorro y su característico micrófono cubierto de pañuelos de colores.

Ahí estaban. Eran Steven Tyler, Joe Perry, Brad Whitford, Tom Hamilton y Joey Kramer, tocando para el público chileno, ése que poco o nada se parecía al que dejaron el año 1994 en la pista Atlética del Estadio Nacional. Ése, que entre sus asistentes estuvieron mis papás, y que hoy, en el 2010 fui yo la encargada de representar a mi familia.
Lo que se vino después fue un show lleno de puros éxitos que durante cuarenta años han deleitado. Gritos, saltos y cantos a todo pulmón, acompañaron a Falling in love (is hard on the knees), Pink y Dream On, seguidas de Livin’ on the edge, Jaded y una emocionante versión de Cryin’, donde un joven en silla de ruedas trataba de no llorar en el escenario mientras cantaba junto al mismísimo Tyler, desatando los aplausos en el público.
El momento romántico llegó con I don’t want to miss a thing, banda sonora de la película Armageddon. Bajo una luz violeta, cámaras digitales y celulares se levantaban para grabar el momento, mientras que los enamorados nos abrazábamos y nos dedicábamos la canción al oído.
Rag Doll fue la elegida para romper con al ambiente sentimental. Sin embargo, éste fue continuado con la balada What It Takes, donde las mujeres como si fueran unas quinceañeras, gritaban y cantaban con emoción, seguramente, recordando uno que otro amor de juventud.
Sweet Emotion, y una energía como la de sus primeros años, demostraron que Aerosmith continúa vigente y que a pesar de la “panza” de Tyler, aún pueden rockear como antes. Luego fue el turno del entretenido solo de Joe Perry con su personaje de Guitar Hero, para luego vocalizar Stop Messin’ Around, un cover de Fleetwood Mac.
“The old shit”, como dijo el propio Steven, llegó con Last Child, Baby, Please don’t go, que volvió loco al público, y Draw the line, dando por finalizada la primera parte del concierto.
La vuelta de la banda al escenario fue introducida por la batería de Kramer y la energética Walk this way hizo saltar a los más de veinte mil fans que olvidaban el frío del 25 de mayo. Ese tema del 77’que junto a Run DMC los hicieron merecedores de un Soul Train Music Award, por el mejor tema Rap de 1987, ahora era coreado por los chilenos, mientras Steven Tyler bailaba y disfrutaba con el pecho al descubierto.
En las pantallas comenzaron a aparecer imágenes de líneas férreas y trenes a gran velocidad, y Perry comenzaba a preparar con su guitarra Train kept a-rollin’, el último tema que aparecía en el setlist armado para nuestro país…. Cosa que no pudo terminar así.
Aerosmith se despedía ya de su show en Chile, pero el público no estaba dispuesto a abandonar el lugar sin escuchar el éxito Crazy. Steven Tyler, parado en medio del escenario, pidió un momento y preparó el tema poniéndose una pañoleta en la cabeza, hasta que por fin pronunció las palabras claves que cerrarían de la mejor forma un show perfecto: Come here, baby…
Con una elipse del Parque O’higgins rendida a los pies de Steven Tyler y compañía, el show que tardó 16 años para volver a Chile llegaba su fin. Sin importar los precios, el lugar, la temperatura e incluso los temas que muchos esperaban y no llegaron, el público se retiraba sin queja alguna.
Sin ser fanática, puedo decir que el recital de Aerosmith es uno de los de mayor calidad que recuerdo. A pesar de los años, Tyler demuestra que, a pesar de una u otra pifia, su característica voz sigue vigente, mientras que el resto de la banda nos hizo recordar durante dos horas el por qué son una de las mejores bandas de hard rock de todo el planeta.
Casi dos años y medio tuvieron que pasar para que el proyecto de ley que entrega mejoras económicas, técnicas y jurídicas a las radios comunitarias, finalmente viera la luz. Nunca alejada de la controversia, la legislación fue aprobada entre los aplausos de comunicadores que valoran el logro del nuevo estatuto, y las pifias de aquellos que consideran como insuficiente el nuevo marco legal.

Gracias a estas nuevas mejoras, la asociación que reúne a más de 250 radios comunitarias a lo largo de todo el país, considera que se ha dado un paso para comenzar "nuevos tiempos para vivir y asumir los desafíos que demandan las comunicaciones".
Si bien
Uno de los aspectos que más se ha discutido de la nueva legislación es el limitado porcentaje del espectro radioeléctrico entregado a la ciudadanía, el cual reúne a todas las señales comunitarias en los dos puntos finales 105.1 al 107.9 del dial de Frecuencia Modulada (FM). Aunque este margen puede ser menos dependiendo de la zona de servicio.
Los opositores a esta medida, como Paulina Acevedo, representante de
Mientras algunos celebran las "mejoras" mencionadas, existen organizaciones de la sociedad civil como Radio Juan Gómez Millas, Eco Educación y Comunicaciones, Radio Tierra y Red de Medios para los Pueblos, que no se encuentran del todo contentos por la aprobación de la nueva Ley de Radios comunitarias, y resumen los problemas de ésta en lo siguientes puntos:
Paulina Acevedo declara que "ni la ley aprobada, ni las leyes que tenemos, fomentan el surgimiento de nuevos medios que permitan poder tener una mayor visibilidad de las necesidades de la sociedad, y también, en caso de catástrofe, tener una información más oportuna del estado en situación".
Aun cuando la nueva legislación expresa un reconocimiento a la radiodifusión comunitaria, los problemas y desafíos para el futuro no dejan de ser importantes para seguir mejorando el trabajo radial.

María Pía Matta, Presidenta de
Pero no sólo el gobierno y los comunicadores poseen responsabilidades en la discusión sobre radios comunitarias, es por esto que la presidenta de AMARC ALC realiza un llamado especial a la sociedad civil. Considerándola como un importante actor social en la creación de una cultura de derechos, María Pía Matta cree que los ciudadanos son fundamentales para las discusiones legislativas ya que "tienen mucho que aportar en administración no lucrativa, en la construcción de medios con propiedad social".
Otra tarea importante para el futuro es mejorar el conocimiento y valoración del trabajo realizado por las radios ciudadanas. De esta manera, Matta destaca la necesidad de "avanzar en la comprensión de lo comunitario, entender que cuando hablamos de radios comunitarias hablamos de un ejercicio de libertad de expresión".
Digan lo que digan, existe un hecho claro sobre la nueva ley de Radios Comunitarias y es el escaso avance que ésta posee en cuanto a materia de libertad de expresión.
Es necesario e importante reconocer que a través de cada una de las ondas sonoras se ejerce el derecho a la comunicación, y, la existencia de vicios legales, como el limitado espectro radiofónico o la perpetuación de las concesiones radiales, no contribuye al libre ejercicio de informar. Esta situación sólo continuará cerrando puertas a posibles nuevos actores que se quieran sumar a la tarea de la radiodifusión comunitaria.
En este contexto, los comunicadores ya mencionados exigen de forma urgente la eliminación del artículo 36 b, letra A, consagrado en la Ley General de Telecomunicaciones en Chile. Catalogado como un acto de criminalización a la libertad de expresión, debido a los castigos de incautación de equipos y penas de cárcel para los radiodifusores que no posean una concesión del espectro, este apartado es sólo un reflejo del poco compromiso por parte del Estado de proteger y hacer valer el derecho a la libertad de expresión que posee todo ciudadano.
Las ondas sonoras son patrimonio de la humanidad, y como tal, pueden ser utilizadas por cualquier ciudadano que desee ejercer su libertad de expresión. Las deudas pendientes que presenta
La responsabilidad de que esta barrera deje de existir no sólo recae en manos del Estado o de sus legisladores, sino que también, en las de una sociedad civil conciente de la importancia de medios de comunicación libres de informar.
El calor del verano sofoca día a día a los habitantes de la capital de Chile. A diferencia de las altas temperaturas que se dan en otras regiones del país, los treinta y tantos grados que se sienten en Santiago son mucho más asfixiantes y secos que en cualquier otro lado. Pero por suerte hoy es sábado, la mayoría no trabaja y es mucho más fácil capear los opresivos rayos del sol en las piscinas, playas o incluso con la manguera del jardín.
Sin embargo, algunos no tiene esa suerte, y deben dedicarse a las tareas que les prepara la tarde de un sábado de enero.
Desde una casa con portón rojo ubicada en el pasaje Tongoy en la villa Los Andes del Sur de Puente Alto, una joven se asoma. Mira para ambos lados y saca por fin una bicicleta ploma que no está en las mejores condiciones. Son las 15:20 horas y luego de cerrar la puerta de su hogar, la niña pone en sus orejas los audífonos de su mp4, decide que será la cumbia de Chico Trujillo la que acompañará su viaje, baja un poco el volumen de la música y se monta en sus dos ruedas.
Detrás de unos lentes de sol negros apresura el pedaleo hasta llegar a la avenida Vicuña Mackenna con Salvador Sanfuentes, donde debe esperar una luz verde en el semáforo. Según lo planeado, sólo debe demorar cinco o siete minutos para llegar a su destino: una parroquia que se encuentra dos paraderos más al sur de donde ella vive.
Cuando por fin puede cruzar la calle, la joven mueve sus piernas que visten jeans negros, y con una sola mano en el volante se arregla la polera amarilla con un dibujo que dice “Grupo de Guías y Scouts Barnabitas”. Debido a este detalle, y por el notorio pañolín amarillo con cintas verdes y blancas que usa en su cuello, desde lejos se puede advertir que se dirige a scouts.
“Sigue, sigue tu vida, no digas nada que esta historia es conocida…”, suena muy bajo en los oídos de la joven, quien avanza en su bicicleta sin mayores problemas por la ciclo vía construida en la vereda poniente de Vicuña Mackenna sólo poco tiempo atrás. La rapidez que empieza a adquirir se ve reflejada en sus rulos que bajo el gorro café que usa comienzan a moverse y exigir libertad.
El ritmo de la cumbia chilena la acompaña mientras pasa por al frente de un supermercado Montserrat que luce tristemente su estacionamiento casi vacío y por una villa de casas de tres pisos llamadas “pajareras” debido a su parecido con el hogar de cientos de aves. En sus dos ruedas deja atrás una shopería, que día a día reúne en su mayoría hombres con ganas de beber, también una veterinaria y una ferretería.
Han pasado sólo tres minutos desde que se detuvo en la calle Salvador Sanfuentes, y ya se encuentra llegando a Elisa Correa, la misma avenida en la que se encuentra una de las estaciones de la línea cuatro del metro de Santiago.
Como es día sábado, una larga fila de feriantes se ubica a un costado de Vicuña Mackenna. Los gritos de venta de frutas y verduras comienzan a identificarse, y el olor a carne asada se impregna en el cuerpo de todo transeúnte que se cruza con el carrito de anticuchos que ofrece una señora con sobrepeso.
Antes de cruzar Elisa Correa, la joven advierte que el semáforo indica luz verde para los ciclistas, por lo que baja sólo un poco la velocidad que lleva. Sin embargo, su camino se ve obstruido por el carro que se encuentra asando carne, el cual se encuentra ubicado justo al frente de la ciclovía.
Haciendo una maniobra, la joven se gira un poco y se sube a la vereda para luego entrar nuevamente al lugar que le han designado para andar en su bicicleta… Pero no lo logra.
Sin darse cuenta, choca con un joven de polera gris y grandes audífonos que caminaba perpendicularmente a ella. Un golpe en el lado izquierdo de su cabeza la confunde, haciéndola perder el equilibrio y caer de su bicicleta.
Los rayos del sol golpean sus ojos que miran directamente al cielo, luego de haber quedado tirada en el suelo de la esquina surponiente de Elisa Correa con Vicuña Mackena, justo al frente de una panadería llamado Paypas. “¿Estás bien?”, “¡Tráiganle agua!”, “El medio porrazo, ¿no la viste venir?”, “No po, se me cruzó de un momento a otro”, y tantas otras expresiones se oyen a su alrededor.
Karina se encuentra bien, con el pulso un poco acelerado y confundida porque oye una música distinta a la suya. Es Madonna cantando Give it to me. “Estoy bien, pero yo no venía escuchando Madonna”, es lo único que se le oye decir mientras intenta ponerse de pie, mientras la señora de los anticuchos la reta, moja su frente con agua de un bidón poco higiénico y le exige que se quede en el suelo. Avergonzada, acepta las órdenes y continúa en el asfalto.
Una risa masculina se le acerca. “Yo venía escuchando a Madonna, ¿te gusta?”, le preguntó el mismo joven al que atropelló. “No puedo creer que te hayas pegado el terrible porrazo y preguntes por la música que oyes. ¡Qué graciosa!”
Los transeúntes que pasan por el lugar se acercan para copuchar por lo sucedido, hasta que la aguda voz de una niña grita: “’¡Mamá, yo la conozco, ella es de scout!”, y las mejillas rojas de la accidentada se pusieron más rojas aún.
Minutos después la joven asegura que está bien, que debe irse porque está atrasada. La señora de los anticuchos y el joven atropellado la ayudan a ponerse de pie, mientras que su bicicleta es levantada por un caballero de barba blanca que sostiene una bolsa de la feria en su otra mano. “¿Está bien, mijita?” insiste la señora del carrito, sabiendo que su ubicación no era la más correcta.
”Oye cabro, ¿por qué no acompañas a la niña?, por si acaso digo yo”, vuelve a hablar la mujer sin dar tiempo a que la accidentada responda la pregunta anterior. “No se preocupe, si estoy bien”, asegura la joven y toma su bicicleta para emprender su viaje nuevamente. Pero no la dejan, y el joven accede a la petición de la señora.
Tres y media de la tarde, y los dos accidentados caminan lentamente frente a los locales comerciales que se encuentran al lado de la panadería. La joven del pañolín le pide disculpas, que de verdad nunca lo vio venir. El joven, de menor altura que ella y lentes oscuros muy alternativos, también se disculpa, pero por andar con la música tan fuerte y no haberla visto.
Se ríen por lo absurda de la situación. El joven lleva la bicicleta, y le cuenta que él no vive por ahí, si no que iba camino a ver a su mamá “que vive unas cuadras más adentro por Elisa Correa”, que sus padres están separados, y hace tiempo que no andaba por Puente Alto.
Los pasos continúan siendo lentos, pero ya se comienza a divisar la parroquia Nuestra Señora de
Se disculpan nuevamente por lo sucedido, ella le agradece la compañía y le asegura que ya está bien. Se despiden y cuando el joven ya se va alejando le grita: “¿Cuál es tu nombre?”, “Karina, ¿y el tuyo?”, “Felipe. Cuídate entonces, Karina, y ¡usa un casco para la próxima!”
15:40 horas, y a pesar de haber atropellado a alguien, pero que finalmente terminó ella siendo la atropellada, la joven por fin puede entrar a su terreno de scout cubierto por el asfixiante calor de una tarde de enero.